sábado, 5 de mayo de 2012

La vid y los sarmientos


Mi Padre es glorificado
si dais mucho fruto y sois mis discípulos. (Jn 15,8)

Qué fantástica propuesta me hace Jesús: dar mucho fruto. Hace que sienta dentro de mí los deseos más puros y más nobles. Cómo quisiera dar fruto de verdad y ver que llega a este mundo la paz gracias a mi esfuerzo. Desearía proclamar a todos la Buena Noticia de Jesús con tanto entusiasmo que, al oírme, sintieran deseos de entregarle a Dios toda su vida. Desearía tener una fuerza de Caridad tan grande que todos los pobres y tristes pudieran venir a mí y encontraran consuelo y alivio en sus problemas. Sentiría que estoy dando fruto abundante.
Ahora me miro a mí mismo y veo que la realidad está muy distante de mis buenos deseos. Más bien veo que estoy dominado por la mediocridad y cada día tengo que luchar por superar mi pereza o mi falta de entusiasmo. Tal vez el fruto que Dios espera de mí no son los resultados llamativos. Si lograra tantas cosas buenas sentiría que soy grande y me llenaría de vanidad. Pero Dios me pide frutos que tengo que sacar de dentro de mí.
Tengo que dar fruto con la perseverancia en la fe. En medio de la sequía espiritual que nos toca vivir, mi fruto será seguir confiando en el Señor y alabándolo por todo el bien que me ha hecho; mantener vivo el espíritu de oración y no fallar ni un solo día en el encuentro personal y comunitario con Jesucristo.
Daré mucho fruto si soy capaz de superar mis rencores y perdono de corazón a quien me ha hecho algún mal, si me desprendo de mis apegos materiales y comparto mis cosas con los que no tienen nada, si me entrego más a las cosas del cielo que a las de la tierra.
En definitiva, daré fruto si le digo a Dios sí, aunque lo que me pide parece fuera de mi alcance y me dejo llevar por él en las cosas de cada día.
También sigue habiendo mucha distancia entre el deseo y la realidad. Pero el Jesús me recuerda que soy el sarmiento que tiene que estar unido a la vid. Por eso mi primer paso ha de ser unirme a él.

Tu Palabra me alimenta con la savia de tu sabiduría y con sólo escucharla ya está transformando mi vida. Tu perdón purifica mi corazón y me hace sentirme limpio y pone dentro de mí deseos de santidad. Tu cuerpo y tu sangre, entregados por mí, me llenan de tu amor y me fortalecen para que pueda superar todas mis flaquezas. Tú mismo has puesto en mi vida los medios que me permiten estar unido a ti para siempre y así dar fruto abundante.

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