domingo, 11 de noviembre de 2018

LOS ESCRIBAS Y LA VIUDA


«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.» (Mc 12,38)

En el relato del Evangelio aparecen dos actitudes. Una es la de los escribas, contra la que Jesús nos advierte y la otra, la de una pobre viuda a la que Jesús alaba ante todos.
Los escribas eran hombres muy religiosos y muy respetados por la gente, pero sólo buscaban grandezas humanas. Su religiosidad y su buena posición ante los demás les servía como excusa para ganar dinero.
Esta advertencia de Jesús no es una simple crítica. Jesús conoce el corazón humano y sabe que todos estamos expuestos a este peligro. Para evitarlo tenemos que cuidar mucho de no dejarnos atrapar por este espíritu.
Para defendernos bien de estas actitudes, Jesús nos anima con claridad a buscar el último lugar, a humillarnos, a ser pobres y darlo todo, a actuar siempre con gratuidad. En esto sí que tenemos que esforzarnos cada día y estar muy vigilantes, porque en la humildad, en la pobreza y en el amor con que tratamos a los demás es donde se muestra el testimonio de la Vida Nueva del Evangelio. Pienso que no hay que tener miedo de ser muy críticos con las actitudes de vanidad que el mismo Jesús condena, pero sobre todo hemos de ser muy exigentes con nosotros mismos para no dejarnos arrastrar por estas vanidades, que sólo pueden proceder del diablo.
La actitud de la viuda, sin embargo, ha merecido la alabanza del Señor. La viuda ha pasado desapercibida ante los demás pero para el Señor, que ve en el corazón del hombre, no. Ella es un ejemplo de los pobres que confían siempre en Dios. Ella pasa necesidad pero sabe que hay quienes pasan más necesidad todavía y está dispuesta a dar lo poco que le queda para ayudar. Ella confía en que Dios, que lo puede todo y es un Padre, no la dejará abandonada. Ésta es la actitud que Jesús nos propone a nosotros. La sencillez, la pobreza y la caridad de esta mujer frente a la vanidad y la búsqueda de honores de los escribas.
Como siempre, es el mismo Jesucristo quien se convierte para nosotros en el modelo de lo que predica. En él, que también era apreciado por mucha gente, no hay ninguna vanidad. Llegado el momento se pondrá a lavar los pies de los apóstoles como un esclavo. Pero todavía más, a la hora de darlo todo entregará su propia vida para la salvación del mundo. Su muerte en la cruz será el anuncio más claro de su confianza absoluta en el Padre, que al tercer día lo rescatará de la muerte.
                                                                                    
Te contemplo lleno de gloria en el cielo, sentado a la derecha del Padre. Estás ahí para interceder en nuestro favor. Hay razones para no perder nunca la confianza. La tentación puede ser grande, pero tu oración ante el Padre es muy poderosa y nos librará en todo momento. Tú has llegado hasta el cielo renunciando a todo, incluso a tu dignidad y a tu vida, porque tu amor es más grande que todas las grandezas humanas. Tú vendrás en el último día con toda tu gloria para juzgar lo que hemos hecho con los dones que recibimos.
 Fortaléceme, Señor, en medio de mis pruebas. Ayúdame a descubrir el valor de los bienes eternos que tú me prometes y a tener el valor de despojarme de todo, a ocuparme de tu Reino y de tu Amor y confiar que tú me darás todo lo demás.


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