sábado, 14 de enero de 2012

Hemos encontrado al Mesías

Hemos encontrado al Mesías. (Jn 1, 41)

Dos discípulos de Juan quisieron conocer a Jesús porque el Bautista se lo había señalado como el Cordero de Dios. Pasaron con él aquella tarde y quedaron fascinados por su persona. Comprendieron que Jesús era verdaderamente el Mesías, el enviado de Dios para traernos la salvación.
Llevaban mucho tiempo esperando que Dios cumpliera sus promesas y por fin había llegado el momento. Tuvieron el privilegio de conocer a Jesús de cerca y de escuchar sus palabras de forma directa. Aquel encuentro, sin duda, los marcó y les transformó la vida, llegaron a sentir una felicidad tan grande que necesitaban compartirlo con los demás: con sus amigos y con sus hermanos. Hemos encontrado al Mesías, al que esperábamos, a aquel de quien hablaron los profetas.
Jesús es el Cordero de Dios. Es muy interesante esta presentación de Juan. Así no pueden llamarse a confusión. Jesús es el Mesías y también el Cordero de Dios. Podrían pensar en un Mesías rey al estilo humano, que busca el poder y somete mediante la violencia a sus enemigos; pero es el Cordero de Dios, es decir que viene a ofrecerse como sacrificio para el perdón de los pecados.
El Cordero es el animal que se inmolaba en la Pascua, al que no se le podía partir ningún hueso, para recordar la liberación de Egipto. Jesús es el Cordero que se sacrificará en Pascua para liberarnos para siempre de la esclavitud del pecado y para hacernos pasar de la muerte a la vida.
Es el Mesías, sí, pero entregado y sacrificado como el Cordero.
Gracias a la oración y a la meditación del Evangelio también yo voy conociendo a Jesús y siento cómo es quien me salva y me transforma. El encuentro con él y el diálogo permanente en su compañía me ayudan a conocerme mejor, a sentir el amor de Dios y también a tratar de vivir el amor. Conocer a Jesús y estar con él se convierte en una experiencia de alegría que necesito compartir con los demás.
No basta con lo que otros me hayan contado. Es necesario conocerlo por mí mismo, por tener con él una relación constante y dejarme llevar por él.
La oración no es mero espiritualismo, es el encuentro con alguien que está vivo de verdad y que no me deja indiferente.

Tú eres mi Salvador. Has venido a mi vida para sacarme de las tinieblas y llevarme a la luz, has venido para llenarme de alegría y de esperanza, para ayudarme a descubrir todo lo bueno que existe dentro de mí y para purificarme de todos mis pecados. Tú eres el Mesías, el que trae la Salvación y la alegría para todo el mundo. Conocerte a ti es llegar a la meta más grande de la vida.

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