viernes, 12 de agosto de 2016

PRENDER FUEGO EN EL MUNDO


He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo. (Lc 12,49)


El Señor nos ha comunicado un mensaje que no puede dejarnos indiferentes. Si acogemos sus palabras algo empezará a arder dentro de nosotros. Y el fuego se contagia y se va extendiendo por todas partes.
La experiencia de haber conocido a Jesús no puede pasar desapercibida, se tiene que notar. Los que nos llamamos cristianos tenemos que tener algo dentro de nosotros que sea como un fuego que se extiende y lo transforma todo.
Pienso en nuestras celebraciones, de modo particular en la Eucaristía. Ahí se tiene que notar ese fuego que arde por dentro de nosotros. Se tiene que sentir la presencia del Señor y la alegría de una comunidad que está viviendo ese encuentro con él. La celebración de la Eucaristía con sus cantos, con sus momentos de silencio y oración y con esos momentos cumbres de la consagración y la comunión tienen que prender fuego en nosotros, de modo que salgamos de aquí con el corazón inquieto, deseoso de buscar el bien y la verdad.
El fuego tiene que arder en nuestra oración, ese encuentro de amistad con el Señor que nos permite sentirnos acompañados por él y sostenidos por su amor. Un encuentro que nos hace ver las cosas con la mirada de Dios.
El fuego tiene que prender en nosotros también por la Caridad, por nuestro esfuerzo en vivir la fraternidad y por nuestro compromiso activo por la justicia y por la paz.
Pienso también que este fuego que arde dentro de nosotros se nota en la insatisfacción constante, porque descubrimos que todavía no hemos hecho lo suficiente y deseamos seguir avanzando.
Si no está ardiendo este fuego dentro de nosotros tendremos que preguntarnos por qué.

Envíanos, Señor, tu Espíritu que haga arder en nosotros ese fuego de tu amor. Acompaña a tus hijos para que se llenen de tu alegría y se pongan en camino para extender por todas partes tu Evangelio.

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