sábado, 6 de agosto de 2016

BOLSAS QUE NO SE GASTAN

Vended todo lo que tenéis y repartidlo en limosnas. Haceos bolsas que no se gasten y acumulad riquezas celestiales que no se acaban, pues allí no pueden llegar ni ladrón ni polilla que las destruyan. Porque donde está tu tesoro, ahí también estará tu corazón.(Lc 12,33-34)

Con la parábola de aquel hombre que tuvo una gran cosecha nos advirtió el Señor sobre la vanidad de las riquezas materiales. En su lugar nos proponía ser ricos para Dios. Se trata de valorar las verdaderas riquezas que no tienen nada que ver con los lujos ni los placeres.
En lugar de tener tesoros materiales que terminan destruyéndose y que no  podremos llevarnos después de esta vida, lo mejor es preparar riquezas celestiales, bolsas que no se gasten. Esto sí que nos lo vamos a llevar con nosotros cuando tengamos que rendir cuentas ante Dios.
El Señor nos dice que vendamos lo que tenemos y lo repartamos. Lo mismo le dijo al joven rico. Los bienes materiales que disfrutamos son un regalo que Dios nos ha dado pero nos anima a usarlos para construir el Reino. Son una oportunidad para vivir la fraternidad y para hacer con ellos que nuestros hermanos puedan vivir con dignidad.
¿Dónde está mi corazón? Si mi corazón está apegado a las cosas de este mundo me dedicaré a conseguirlas y a conservarlas a toda costa. Pero será diferente si mi corazón está puesto en el Señor. Mi vida entera será una entrega a su causa. Si miro a mis hermanos con amor verdadero y me duele el drama de los pobres, entonces no estaré buscando ganancias a toda costa sino que me esforzaré y pondré todo lo que tengo para mejorar las condiciones de vida de mis hermanos.
Si mi corazón está puesto en el Señor, buscaré los bienes del cielo y trabajaré en esta vida por ellos. Pondré en marcha mis talentos, todo lo que he recibido para que produzcan un fruto abundante. Esto sí que será una riqueza que no se corrompe.
La experiencia me demuestra que Dios nos va premiando ya en esta vida. Que es cierto que recibimos el ciento por uno de lo que dejamos. De forma asombrosa, el Señor nos va demostrando que hay más felicidad en dar que en recibir.

No puedo negar que todavía estoy muy apegado a las cosas de este mundo. Por eso quiero buscarte y encontrarte. Quiero sentir que eres tú mi única riqueza y que contigo lo tengo todo y lo demás no significa nada.

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