viernes, 17 de mayo de 2019

EL MANDAMIENTO NUEVO


En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros. (Jn 13,35)

Es bueno detenerse a considerar cómo hemos pecado y cómo nos hemos alejado de Dios, porque este ejercicio no nos humilla sino que nos pone delante el don que hemos recibido del perdón y la gracia. Todo ha venido de la mano de Jesús, el Señor, el Hijo amado de Dios que ha entregado su vida y ha derramado su sangre para nuestra salvación. ¿Cómo no alabarlo y darle gracias constantemente? Nos ha reconciliado con el Padre y nos permite también reconciliarnos con nosotros mismos y levantar la cabeza alta porque hemos merecido el precio de su sangre para nuestro rescate, tan valiosos éramos para él.
Es curioso que habiendo dado tanto para nuestra salvación no nos reclame el amor a sí mismo sino que nos pide que nos amemos unos a otros. Claro que quiere ser amado, el que ama desea ser correspondido y Jesús, que es amor, desea que lo amemos también. Pero su mandamiento no insiste en que lo amemos a él sino en que nos amemos unos a otros, como el signo que nos identifica como discípulos suyos. Es como si nos dijera que el camino para mostrar nuestro amor hacia él y nuestro agradecimiento porque nos ha salvado la vida no es otro que el amor entre nosotros. Porque un amor que sólo sean palabras no nos lleva a ninguna parte. Amamos a Dios, amamos a Jesucristo, cuando amamos de corazón al hermano y damos la vida.
Podemos, tal vez, llegar a la conclusión de que no se nota que somos sus discípulos, porque no nos amamos de verdad unos a otros, porque todavía quedan entre nosotros muchas envidias, muchas críticas, muchas zancadillas… que ponen en evidencia lo débil que es nuestro amor.
Pero Jesús ha entregado su vida por nosotros para rescatarnos del poder del pecado. Porque es Satanás el que nos tienta para que se siembre en nosotros todo lo negativo que nos separa de los demás. Pero el diablo está ya derrotado por la sangre de Jesús. Si nos acogemos a la salvación que se nos ha ofrecido podemos vencer el mal y sembrar en nosotros el amor, que es el que nos identifica como cristianos, discípulos de Jesucristo. El amor es el arma más poderosa para vencer todo el mal.
Al obedecer al Padre hasta las últimas consecuencias, Jesucristo le está ofreciendo el verdadero culto de alabanza. Su sangre derramada es la mayor alabanza porque es el sacrificio más puro y más verdadero que se le puede ofrecer. Dios ha sido glorificado recibiendo la entrega y el amor de su Hijo amado que no se ha reservado nada para cumplir su voluntad de salvar al mundo. Glorifiquemos nosotros al Padre, obedeciendo al Hijo, viviendo el amor mutuo entre nosotros, como la señal de que somos discípulos suyos.

Te glorificamos, Cristo Jesús, te damos gracias y te alabamos por haber llegado tan lejos para rescatarnos del pecado y ofrecernos de nuevo la vida.
Te glorificamos, te alabamos y te damos gracias, Dios Padre de misericordia  por la Resurrección y el triunfo de tu Hijo amado que muestra ante nuestros ojos que nunca abandonas a tus elegidos y que transformas todo lo que sucede, incluso el mayor pecado, en fuerza de salvación y de liberación.
Te glorificamos, te alabamos y te damos gracias, Espíritu Santo defensor, porque pones en nosotros la fuerza del amor que vence todo el pecado.




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