domingo, 22 de septiembre de 2019

HIJOS DE LA LUZ


Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. (Lc 16, 8-9)

A veces nos quejamos de lo mal que van algunas cosas y nos rebelamos cuando se critica a la iglesia, en muchos casos por asuntos que son verdad y son escandalosos y en otros casos por cosas que no son ciertas o que están manipuladas. Pero hay que decir que quejarse de esto no sirve para nada. Lo que tenemos que ver es qué podemos hacer nosotros para ser más convincentes.
Si de verdad creemos que el Evangelio es un mensaje que trae la luz y la salvación tendremos que ser creativos para que llegue a todos y sea atractivo para todos. Yo pienso que no se trata de enfrentarse con nadie, ni de refutar a los que dicen cosas en contra sino de entusiasmarnos con la persona de Jesús y presentarlo a todos como camino de salvación.
Los hijos de este mundo, para las cosas de este mundo son muy sagaces: saben utilizar los medios, se hacen notar y están dispuestos a arriesgar muchas cosas. A veces se trata de conseguir poder o dinero y otras veces se trata de ideales que pretenden alcanzar.
Frente a esto los hijos de la luz, para alcanzar los objetivos del Reino de Dios, estamos llamados a ser también astutos. Nuestro ideal de vivir todos como hermanos es muy superior a todos los demás y tenemos como guía a Jesucristo que por él ha dado la vida y ha llegado hasta el final.
Para esto hemos de estar dispuestos a dedicar también nuestro tiempo, a arriesgar y a dar lo máximo. Porque no se trata de quejarnos de lo mal que están haciendo otros las cosas sino de hacer nosotros todo el bien posible y mostrar el rostro amable de Jesucristo ante el mundo.
Jesús habla de ganar amigos con el dinero injusto. Nos recuerda que somos receptores del don de Dios. Todo lo que tenemos lo hemos recibido, somos administradores. Podemos administrarlo todo de forma egoísta para buscar nuestro propio bienestar, pero algún día nos faltará y nadie vendrá a ayudarnos; pero podemos administrarlo de forma generosa poniéndolo al servicio del bien común, buscando no nuestro propio interés sino la alegría de todos; entonces ganaremos amigos y, cuando nos falte, tendremos quien venga a ayudarnos; sobre todo al final de esta vida, que tendremos que dar cuenta de lo que hicimos con lo que se nos dio, nos recibirán en las moradas eternas.
Al final, Jesús hace una declaración muy radical: no se puede servir a Dios y al dinero. Servir a Dios sabemos que es exigente y que puede incluso resultarnos muy duro. Ya nos advirtió el Señor que tenemos que sentarnos a echar cuentas para ver si podremos llegar hasta el final. Pero si hemos decidido que lo vamos a servir a él, todas nuestras energías deben estar dirigidas a este servicio.

Yo me he decidido a confiar en ti, Señor, y a aceptar todo lo que tú quieras de mí. Por eso quiero servirte únicamente a ti. Sé muy bien que el espíritu es decidido y la carne débil, por eso elevo hacia ti mi oración con las manos limpias para que tú me escuches y me acompañes siempre.



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