domingo, 15 de septiembre de 2019

EL DOLOR DEL HIJO Y DE LA MADRE


Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna. (Heb 5,7-9)

Cuando medito la pasión del Señor encuentro siempre alguna luz nueva que me permite comprender el porqué del sufrimiento de Jesús. Unido al dolor del Hijo encontramos también el dolor de la madre.
Nos dice el autor de Hebreos que Cristo oró a gritos y con lágrimas, y nos recuerda la oración de Jesús en Getsemaní. Los evangelistas nos cuentan cómo estaba lleno de tristeza y cómo llegó a sudar goterones de sangre. Porque era muy duro para él enfrentarse a la pasión. Recordamos bien su oración: Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino tu voluntad.
El autor de Hebreos nos dice que la oración de Cristo fue escuchada por su actitud reverente. Nos podríamos preguntar por qué entonces el Padre permitió que el Hijo sufriera y muriera. ¿Es que la voluntad del Padre era la muerte del Hijo? A veces es esto lo que pensamos y nos quedamos muy desconcertados. ¿Por qué el Padre se complace en la muerte de su Hijo?
Pero la voluntad del Padre abarcaba mucho más que aquel momento concreto. Ya desde los comienzos cuando el pecado entró en el mundo Dios se comprometió a salvarnos de esa esclavitud. La voluntad del Padre era la Salvación del género humano.
El pecado y la muerte entraron en el mundo por un acto de desobediencia, por la soberbia de querer ser dioses. Para cancelar el poder del pecado era necesario un acto de amor sublime. Y como el mismo Jesucristo nos dice: nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Jesucristo aprendió sufriendo a obedecer. Frente a la desobediencia de Adán está la obediencia total del Hijo Unigénito. Y por este acto el pecado ha quedado derrotado, hemos sido salvados y podemos alcanzar la Vida eterna. Él es el autor de la Salvación eterna.
Con él, encontramos a María al pie de la cruz. Ella compartió los sufrimientos del Hijo y unida a él es colaboradora de la Redención.
En ese momento final le ofreció al discípulo amado como hijo y a ella se la ofreció como madre. Desde ese momento, nos dice el Evangelio, el discípulo la recibió en su casa. Por eso María es tan activa en nuestra liberación del pecado. Por eso podemos contar siempre con ella y dirigirnos a ella en la oración, puesto que el mismo Jesús la ha encomendado como madre de todos los discípulos.

Señor Jesucristo, quiero estar al pie de la cruz junto a tu madre para unir a tu pasión todos mis sufrimientos. Tú me has enseñado a aceptar la voluntad del Padre y a vivirlo desde el amor y la obediencia. Así puedo colaborar contigo para la salvación del mundo.


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