domingo, 24 de noviembre de 2019

NUESTRO REY CRUCIFICADO


«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». (Lc 23,35-37)

Hoy contemplamos a Jesucristo como rey. Pero curiosamente su trono no es un gran asiento dorado sino que es el madero de la cruz. Su corona es una corona de espinas y en lugar de aclamaciones está recibiendo insultos y burlas. Pero él es de verdad el rey.
A otros ha salvado: Ha venido para ser salvador y su vida es una entrega. No ha pensado en sí mismo sino que, para salvar a otros, a todos nosotros, ha estado dispuesto a morir.
También ha salvado, en el último instante, al malhechor arrepentido. En el peor momento de su vida este hombre infeliz ha encontrado a Jesús y ha tenido la oportunidad de morir en paz, porque ha recibido la promesa del paraíso.
También hoy, pese a la indiferencia que parece que nos domina, Jesucristo es el Rey del universo. Su Reino no se impone por la fuerza sino que se va construyendo con el testimonio de los pequeños, de todos aquellos que han sabido encontrar en Jesucristo una razón para la alegría y la paz.

Señor hoy me permites contemplar la fe de aquel bandido que estaba condenado junto a ti. Su ejemplo me recuerda el testimonio que he recibido de muchos ancianos y enfermos que saben vivir con amor los momentos difíciles de su vida, porque confían en ti. He tenido la oportunidad de ver muchos gestos de perdón, de fe en medio de las dificultades, de paciencia ante los sufrimientos y hasta de alegría en medio de la enfermedad que he visto claramente que tú reinas entre nosotros.


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