sábado, 17 de agosto de 2019

EL FUEGO DE JESÚS


He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! (Lc 12,49-50)

El mensaje de Jesús no son sólo palabras, es fuego que prende y se extiende por todas partes.
Es el fuego de la fe que despierta la esperanza en los corazones, porque cuando se tiene fe todo es posible: Mirar a Dios como Padre, descubrir a Jesucristo como salvador es un fuego que enciende dentro de nosotros una nueva alegría y nos da ilusión para vivir y para trabajar por transformar este mundo.
Es el fuego de la oración que nos permite entrar en el mismo cielo y sentir la presencia viva de Jesús que está siempre atento a nuestros problemas, que nos escucha y que también nos habla y nos consuela y nos muestra el camino a seguir.
Es el fuego de la Caridad que nos empuja a amar a nuestros hermanos y a hacernos solidarios de los pobres y nos abre caminos para construir la fraternidad y hacer de este mundo una gran familia.
Viendo este fuego, cómo desearía yo también ver que la tierra está ardiendo.
Pero para prender este fuego ha sido necesario pasar por un bautismo, es decir, por la cruz. Jesús no nos engaña. El proyecto de su Reino es apasionante y hay que decidirse por él, pero también es difícil y se encuentra siempre con la resistencia de los que no quieren que las cosas cambien. Pero la dificultad, la calumnia o la persecución se convierten también en una oportunidad para el testimonio del perdón; como siempre la cruz se transforma en fuerza de vida y de salvación.
He tenido la oportunidad de conocer a Elías, un sacerdote de Alepo y me ha impresionado su labor para trabajar por la reconciliación de los habitantes de la ciudad que han visto sus casas y su catedral destruidas. Me emocionó la actitud de fe en la celebración de Navidad con la catedral en ruinas y su deseo de no avivar el rencor sino de ser instrumentos de paz y convivencia.
Es el poder del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia y hace que hasta la destrucción y el odio den paso a un testimonio fuerte y luminoso de fe en Jesús y de vida evangélica.
Que este fuego arda también en nosotros por la fuerza de nuestra fe, por nuestra oración constante y confiada, por nuestras celebraciones llenas de vida y por nuestra caridad activa y nuestro compromiso con los pobres.

Señor enciende en mí el fuego del evangelio y haz que se irradie por todas partes. Yo estoy siempre muy alejado de ti, me domina el pecado, me dejo vencer por el desánimo, no soy un modelo para los demás; pero tú estás conmigo y haces que mi ministerio sea fecundo. Has cuidado de mí y me has ofrecido muchos medios para mi formación y mi santificación. La mecha está prendida y con tu ayuda la iré extendiendo por todas partes. Aquí estoy para hacer tu voluntad.




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