sábado, 4 de febrero de 2012

La actividad de Jesús

Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios. (Mc 1,34)

Jesús sabe que ha sido enviado por el Padre, tiene una misión que cumplir para bien de todos.
Esa misión consiste en predicar. Por eso se dedica a ir por las aldeas predicando, cuando descubre que la gente anda como ovejas sin pastor se pone a enseñarles con calma. La predicación es algo esencial para ayudar a toda aquella gente a convertirse en los protagonistas de su propia historia. Necesitan conocer a Dios de verdad, acercarse a Él y experimentar su amor, todo lo que valen ante sus ojos; necesitan saber que Dios es un Padre que no quiere que nadie se pierda y que cuida personalmente de cada uno, que escucha todas sus oraciones y que se compadece con entrañas de misericordia. Se trata de una predicación liberadora. También la predicación es una llamada a llevar una vida entregada a los demás, a hacer realidad la fraternidad. Enseñar que Dios es Padre lleva consigo descubrir a los demás como hermanos, recibir el amor de Dios compromete a vivir el amor al prójimo con todas sus consecuencias, experimentar el perdón de los pecados nos obliga a perdonar también de corazón las ofensas y aspirar al Reino de Dios supone trabajar en este mundo por la justicia y la paz para que el Reino llegue a nosotros.
Como Jesús sabe que ha sido enviado necesita también sentirse sostenido por el amor del Padre. Por eso se retira al descampado para orar. Todo su ministerio está marcado también por la oración. Está claro que ahí encuentra la fuerza y la luz para predicar y hacer el bien a los demás.
Pero todo quedaría vacío si no fuera acompañado por las obras. Por eso a sus palabras se unen también los hechos. La oración y la predicación tienen como objetivo la liberación de todos los males.
El Evangelio nos dice que Jesús curó de muchos males a los enfermos y los liberó de los demonios. Está claro que los males no son sólo las enfermedades. Jesús nos libera de nuestras dudas y de nuestra tristeza, de todo lo que nos hace mal. Y expulsa de nosotros nuestros demonios, nuestro egoísmo o nuestro afán de comodidad.
A cambio de los males nos ofreces sus bienes.

Quiero darte gracias porque me has concedido el gran honor de poder servirte. Porque me has dado el don de ser portavoz de tu Palabra, porque has querido contar conmigo para transmitir a todos tu amor infinito. Yo no soy nada pero tú has llenado mi vida al llamarme y colmarme con tu Gracia. Ay de mí si no anuncio el Evangelio.

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