viernes, 7 de junio de 2013

La alegría del cielo

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.( Lc 15,7)

Es importante que leamos el Evangelio siempre como si fuera la primera vez, así nos podremos dar cuenta de cómo nos desconcierta este mensaje. Pensemos bien en el sentido de la parábola de la oveja perdida y veremos cómo rompe todos nuestros esquemas: No es lógico que un pastor deje a noventa y nueve ovejas en el campo para buscar a una que se ha perdido, no cabe tampoco en nuestra forma de pensar que alguien se alegre por un malo que se arrepiente y no se alegre de tener a noventa y nueve personas buenas. ¿Cómo es posible que Dios, en cambio, actúe así? Sin lugar a dudas, esta parábola está dando la vuelta por completo a nuestra forma de pensar.
Para nosotros lo justo es que cada uno se lleve lo que se merece. El bueno se merece el premio y el malo se merece el castigo. Pero la justicia de Dios va por un camino diferente, porque Dios se mueve siempre por el amor. Es verdad que el malo se merece el castigo, pero el malo, el pecador, es también amado por Dios, por eso Él espera con paciencia que se arrepienta y cambie. Cuando esto sucede, la alegría es desbordante, tanto que supera a la alegría de tener a los buenos.
Si nos consideramos buenos nos podremos sentir profundamente defraudados. Porque Dios no se alegra por nosotros tanto como por los pecadores que se arrepienten.
Ahora bien, podríamos descubrir que también está el pecado en nosotros. Que también tenemos que arrepentirnos por no haber amado lo suficiente, por no habernos desprendido lo suficiente, porque siempre podemos dar más, y trabajar más por el Reino. Así también Dios se llenará de alegría por nuestra conversión.
Todavía podríamos ir más lejos, creo yo. Podríamos unirnos tanto a Dios, podríamos estar tan identificados con nuestro Maestro, que también amáramos a todos como Él. Entonces llegaríamos a participar con Dios de su alegría desbordante por cada pecador que se convierta. La inmensa alegría de haber recuperado a un hermano que estaba perdido.


Señor Jesús, a medida que voy conociendo la grandeza de tu Corazón, siento que tengo que transformar todo mi ser. Tú me has invitado a ser un odre nuevo para poder contener el vino nuevo del Evangelio. Tu amor es tan sublime que en toda mi vida no habré llegado a conocer más que una chispa de ese fuego abrasador. Yo soy como el barro en manos del alfarero. Modela tú mi pobre ser para que pueda responder a tus dones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario