sábado, 23 de febrero de 2013

La transfiguración


Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. (Lc 9,29)

                Jesús ha subido al monte para orar con sus discípulos. A lo largo de su vida nos ha demostrado que necesita la oración para sentirse unido al Padre. Los discípulos llegaron a comprender, aunque torpemente, que Jesús salía fortalecido y animado de esos encuentros frecuentes con el Padre. Puedo pensar que aceptaron gustosos la propuesta de retirarse para orar con él.
                En el contexto de ese retiro presenciaron algo inaudito. Pudieron ver a Jesús con toda su gloria de Hijo de Dios. Se les quedó grabado fuertemente cada detalle de aquel momento.
                Más tarde, en otro monte, sucedería justo lo contrario. En este monte han visto el rostro de Jesús lleno de gloria y sus vestidos deslumbrantes, en el otro monte verán el rostro del Señor desfigurado y su cuerpo desnudo sobre la cruz. En este monte han contemplado la grandeza del Mesías, ante el cual, se presentan Moisés y Elías, los grandes hombres de la historia de Israel. Pero en el otro monte verán a su Maestro humillado y convertido en la burla de todos los que pasan por allí.
                Una voz del cielo, la voz del Padre, les revela el misterio de aquel hombre: “Este es mi Hijo, el escogido, escuchadlo”. Jesús no era un hombre más. Aunque lo vean morir en una cruz deben tener la seguridad de que él es de verdad el Salvador. Sus palabras son Palabras de Vida. Escuchar a Jesús es acercarse a Dios y comprender lo más íntimo de Él, es conocer el camino que nos lleva a la Vida y sentirnos llamados a vivir como criaturas nuevas.
                Cuando celebramos la Eucaristía contemplamos también, en el pan consagrado, al mismo Jesús. Nuestra oración nos permite experimentar su cercanía, sentirnos sostenidos por él en los momentos difíciles y animados a vivir de su amor. Por eso necesitamos también retirarnos de vez en cuando para desconectarnos de los problemas materiales y quedarnos a solas con el Señor, como diría santa Teresa, tratando de amistad con quien sabemos nos ama.
                Habrá momentos en la vida en que no veamos la gloria sino la cruz y tenemos que estar preparados para afrontarlos con valentía y no dejar que nuestra fe se apague por eso.
                Tú mostraste a los apóstoles un nuevo rostro lleno de esplendor, así los preparaste mejor para sobrellevar el escándalo de la pasión. Tú puedes también hoy transformar nuestra vida, cambiar el rostro de tu Iglesia para que se presente ante el mundo como una luz y una esperanza; puedes cambiar la vida de los creyentes para que te hagan presente cada día con sus obras; puedes cambiar mi vida para que me aparte de todo lo que me aleja de ti y me entregue con alegría a los demás.

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