viernes, 20 de septiembre de 2013

Los hijos de la luz

Los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz. (Lc 16,8)

San Pablo nos recuerda que somos hijos de la luz, porque hemos sido iluminados por Cristo. Nuestra luz es el conocimiento de Dios, es su Palabra salvadora, es todo el amor que hemos recibido a pesar de nuestros pecados. Ciertamente hemos sido iluminados. Nuestros pecados han sido perdonados, nuestro sufrimiento ha sido transformado en fuerza redentora, y hasta la muerte se ha llenado de sentido con la Resurrección del Señor: esperamos vivir una vida nueva llena de gozo para siempre.
Ciertamente después de haber recibido tanta luz, tenemos que vivir como hijos de la luz. La lámpara no se enciende para esconderla sino para ponerla en el candelero y que alumbre a toda la casa. Hemos recibido la luz del Evangelio para ser lámparas que alumbren a todos y hagan desaparecer las tinieblas. Lámparas que alumbran con la esperanza de la vida eterna, que iluminan con el testimonio del Evangelio, que brillan por las buenas obras capaces de alegrar a todos. Tenemos que vivir como hijos de la luz por nuestra lucha por la fraternidad, por nuestra entrega a los pobres, por nuestra vida desinteresada y honesta.
Jesús, en la parábola del administrador infiel, quiere que nos demos cuenta de que en esta lucha tenemos un enemigo poderoso. Fijémonos cómo los hijos de este mundo dedican tiempo, dinero y toda clase de sacrificios para sacar adelante sus asuntos. Aunque sea triste reconocerlo, pensemos en los riesgos que corren algunos para traficar con drogas, en el tiempo que dedican los terroristas para cometer un atentado, en lo que son capaces de hacer los que trapichean para conseguir dinero fácil… son los hijos de este mundo en sus asuntos. El Señor nos quiere llamar la atención para que pongamos mayor empeño aun en los asuntos de su Reino. La fraternidad merece también nuestra dedicación y nuestro sacrificio, la educación en valores cristianos también nos exige esfuerzo y tiempo, la lucha por la justicia y por la paz son tan importantes que hay que estar dispuestos también a correr riesgos si es necesario; en definitiva, las obras de la luz se merecen mucho más empeño que las obras de las tinieblas. Si por dinero somos capaces de dedicar tiempo, esfuerzo y sacrificio, estemos dispuestos a mucho más por hacer la voluntad de Dios. Que no nos quepa duda: es mejor servir a Dios que servir al dinero y no se puede servir más que a uno de los dos.


Señor Jesús, tú nos llamas a construir tu Reino y nos has dado todos los medios para llevarlo a cabo. Contamos con tu presencia, con la fuerza del Espíritu Santo y con la ayuda de los sacramentos. Toda esta gracia que recibimos no puede caer en saco roto. Mira nuestro mundo lleno todavía de dolor y confusión, mira cómo unos se enriquecen más cada día mientras otros son cada vez más pobres. Que tu Iglesia llegue a ser una luz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando.

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