sábado, 6 de noviembre de 2010

La resurrección de los muertos

Que los muertos resucitan,
el mismo Moisés lo da a entender en lo de la zarza, cuando llama al Señor:
Dios de Abrahán, Dios de Jacob, Dios de Isaac.
No es un Dios de muertos, sino de vivos,
porque para él todos viven". (Lc 20,37-38)


Nosotros creemos y sabemos que los muertos resucitan, porque hemos conocido a Jesucristo que ha muerto y ha resucitado, porque está vivo y nos acompaña en la vida de cada día. Esto no significa que no temamos a la muerte o que no lloremos por nuestros difuntos, en esto somos como los demás. Pero tenemos esperanza, sabemos que volveremos a abrazar a nuestros seres queridos y que cuando dejemos este mundo será para vivir una vida nueva y mejor, porque quedaremos liberados de todo sufrimiento. Sabemos que llegaremos a ser como Dios y que lo veremos cara a cara, que gozaremos de la presencia de la Virgen María y de todos los santos.
Tal vez sea bueno recordarnos esto de vez en cuando para no agobiarnos demasiado con las cosas de este mundo. Dios es un Dios de vivos y no de muertos.
Al meditar sobre la resurrección he pensado que también esta promesa se puede aplicar a las demás cosas de la vida. Pensaba en nuestra iglesia actual y en la crisis religiosa que estamos viviendo. Visto así podríamos pensar que nuestra fe se está convirtiendo en un cadáver. Las vocaciones escasean, se va perdiendo el interés por las cosas de Dios y además continuamente nos vemos sobresaltados por escándalos de sacerdotes o de grupos religiosos. Tal vez nos duele también ver la falta de entusiasmo o de compromiso de muchos bautizados.
Pero si los muertos resucitan, también el espíritu del Señor llenará de vida a nuestra iglesia. Quiero esperar que volveremos a ver surgir vocaciones religiosas y volveremos a ver una comunidad cristiana llena de vida y de entusiasmo por su Señor. Porque Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.
Pero por eso mismo no te dejes vencer por el desánimo, tienes que llenarte tú también de vida. Pon empeño en transmitir tu fe, sé capaz de comprometerte en serio en vivir los valores del Evangelio. Lleva una vida de oración intensa, lucha por la igualdad y la justicia, y participa con entusiasmo en los sacramentos. Así estarás contribuyendo a la vida, serás un signo de esperanza para este mundo nuestro.

Estaba muerto por mis pecados y tú me has perdonado y me has dado vida, estaba muerto por mi tristeza y tú has venido a llenarme de la alegría de tu amor, estaba muerto por mi desidia y tú me has entusiasmado con la promesa de tu Reino. Verdaderamente eres el Dios de la Vida.

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