domingo, 18 de agosto de 2024

COMUNIÓN CON JESUCRISTO

 El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. (Jn 6,56-57) 

Jesucristo nos invita a comer su carne y a beber su sangre. Esta invitación no es por un motivo cualquiera sino porque quiere que vivamos para siempre, como él. Él mismo es el pan de la vida, con este pan, que es su propia carne, queda anulada la muerte. La carne que Jesús nos da para la vida del mundo.

También nos habla de la vida eterna y de la resurrección en el último día. Se podría decir que una cosa es la vida eterna y otra la resurrección final. Ciertamente, Jesucristo no nos ha hablado sólo de almas inmortales sino también de cuerpos resucitados y su resurrección es el anuncio de la resurrección de los muertos al final del tiempo. Para esto hay que comer su carne y beber su sangre. 

Comer su carne y beber su sangre significa también estar en comunión con Él mismo. Por eso al acercarnos a recibir el pan consagrado lo llamamos comunión. Jesús lo dice con estas palabras: habita en mí y yo en él, el que me come vivirá por mí. La comunión es por lo tanto esa unión tan profunda que ya nuestra existencia está totalmente unida a la suya. De este modo, lo que parece inalcanzable para nosotros por nuestra condición humana, llega a ser posible porque es la vida misma de Cristo la que mueve nuestro ser. 

Para dar a comer su carne, Jesús se ha hecho buen pan. Toda su vida ha sido un sacrificio y ha culminado en la cruz, con la entrega total. Darse a comer es el culmen de este sacrificio. 

La obediencia, la oración, el amor a los demás han sido la forma como se ha ido formando este buen pan que nos da la vida. 

Comer la carne de Jesús es también un compromiso de hacernos buen pan nosotros también para que nuestra existencia sea un sacrificio de amor a Dios y al prójimo. 

Señor Jesucristo, te contemplo y te adoro en el pan Eucarístico. Me siento fortalecido al comer tu carne y siento una gran admiración que me sobrecoge al sentir que mi vida es tu vida, que ya vivo por ti. Alabado seas, Señor, bendito por siempre tú que estás tan cerca de mí que llegas a confundirte conmigo. Concédeme también llegar a ser buen pan con mi oración y mi entrega generosa a los demás. 

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