sábado, 18 de agosto de 2012

La carne y la sangre de Jesús


Este es el pan que ha bajado del cielo:
no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron;
el que come este pan vivirá para siempre.


Jesús nos ofrece su carne para que alcancemos la vida. Estas palabras, al no ser comprendidas dieron lugar a muchas dudas entre los oyentes: ¿Cómo puede darnos a comer su carne? Pero nosotros sí que llegamos ya a comprender que nos habla de la Eucaristía, que se trata de un sacramento y no de un acto de canibalismo.
Jesús ha tenido una forma de entender la vida. Sabe que ha venido al mundo como enviado para cumplir un encargo por parte del Padre. Toda su vida la ha dedicado al cumplimiento de ese encargo. Ya de pequeño dijo que tenía que ocuparse de los asuntos de su Padre. Como dice la carta a los Hebreos, al entrar en el mundo dijo: aquí estoy para hacer tu voluntad.
La voluntad del Padre es para Jesús el verdadero alimento. En el cumplimiento de su misión se ha convertido ya en el pan de la vida para todos nosotros. El pan que se convierte en el alimento cotidiano y casi imprescindible, el pan que es siempre para nosotros signo de lo bueno. Este es Jesús, el buen pan que nos muestra la voluntad del Padre y nos la propone como alimento de la vida.
Hacer la voluntad del Padre significa entregar la vida por amor, demostrar con la vida el gran valor del amor al prójimo, con todo lo que eso lleva consigo: perdón, sacrificio, renuncia, donación… esto es dar a comer su carne.
Al conocer a Jesús hemos pasado a ser adultos en la fe. Se nos puede proponer una forma de vida radical como es el Evangelio, como encontramos en las Bienaventuranzas y en el sermón de la montaña; es una propuesta que nos resulta utópica, que nos parece maravillosa pero que no la vemos hecha realidad: ¿quién cumple eso? Eso lo hace nadie… y parece que Jesús nos dice, pues, vamos, ponte a hacerlo tú.
Pero también nos ofrece un alimento especial para que sea posible: nos da a comer su carne. Es como si nos animara a llenar nuestra vida con su propio amor. Él mismo quiere estar viviendo dentro de ti y amando al mundo dentro de ti. Así se puede hacer posible la utopía. Tal vez te hayas preguntado alguna vez por qué alguien ha sido capaz de perdonar de verdad, de dar su vida por los demás, de desprenderse de todo… la respuesta está en la Eucaristía.
Puedes pensar, con razón, que mucha gente no vive la Eucaristía de verdad, que puede haber mucha hipocresía; ante esto yo no quiero ser un juez de la vida de los demás, cada uno dará cuenta a Dios de su vida. Yo prefiero mejor, intentar convertirme en un testigo del amor con mi propia vida.
Por eso me propongo vivir de verdad la Eucaristía. Si voy a comer la carne de mi Señor, procuraré apartarme del pecado, confesarme con frecuencia para que Dios me purifique con su gracia, y esforzarme en hacerme digno del regalo que se me ha entregado dándome yo también a los demás.

Tu carne y tu sangre me dan la vida, me renuevan cada día y me dan fuerza para seguirte. Te has quedado conmigo para siempre. 

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