sábado, 11 de agosto de 2012

El pan de la vida


"Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente;
y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo". (Jn 6,51)

Jesús ha entregado su vida nos propone seguir su camino, un camino muy exigente. Nos ha dado su carne, porque ha ofrecido toda su persona, todo su ser y ha culminado esta entrega con su muerte en la cruz. Su cuerpo ha sido entregado por nosotros y su sangre ha sido derramada por nosotros. Así es como ha querido llenarnos de vida, librarnos del poder de la muerte.
Seguir su camino es una propuesta apasionante. Es mostrar al mundo el amor inmenso de Dios, no con meras palabras sino con hechos concretos, pretender construir un mundo que sea una familia de hermanos, un mundo donde reine de verdad el amor. Este proyecto supone un compromiso muy serio que requiere grandes sacrificios, que supone renuncias y que lleva siempre el sello de la cruz. Como Jesús se ha convertido en pan de vida, así tengo yo que seguirlo haciéndome buen pan para mis hermanos.
Sin duda se trata de un camino superior a mis fuerzas. Humanamente me resulta imposible llegar a tanta radicalidad y me veo desbordado constantemente por la realidad. No soy capaz de vivir con tanta santidad, no soy capaz de entregarme sin reservas, ni siquiera me veo capaz de perdonar de verdad o de desprenderme de lo mío por los demás. El proyecto es apasionante pero yo soy muy débil y muy pequeño para sacarlo adelante.
Pero el Señor, que se ha entregado y me invita a seguirlo, es también mi alimento. Es el pan que me da las fuerzas necesarias para superar este camino. Él está aquí en la Eucaristía y me da fuerzas para resistir la tentación, fuerzas para mantener encendida la llama de la fe frente a la oscuridad de la duda, fuerzas para poder sostener a los que se tambalean y me buscan para apoyarse. La Eucaristía es el alimento que necesito cada día para vivir de verdad el Amor total.

Muchas veces me siento agotado y creo que he llegado al límite, pero tú siempre me dices que tengo que continuar; me pones delante a todos los que me necesitan y me urges para que continúe. Para que no desfallezca me has dado un alimento celestial que eres tú mismo: es tu Palabra, es tu presencia y, de un modo particular es el pan eucarístico.

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