sábado, 5 de febrero de 2011

La sal y la luz

Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos". (Mt 5,16)

Una sal que no sala o una luz que no alumbra son sin duda cosas inútiles. Lo mismo podríamos decir de una Iglesia que no transforma el mundo.
La Iglesia está llamada a ser sal de la tierra, es decir a llenar de sabor la vida de los hombres. La Iglesia tiene que hacer que la rutina diaria se convierta en una experiencia sobrenatural y esto se hace proclamando la Buena Noticia de Cristo.
¿No es algo extraordinario saber que Dios no es un ser lejano sino un Padre, que nos ama mucho, que perdona nuestros pecados y que está permanentemente atento a todo lo que nos hace falta? ¿No es una razón para la alegría y la vida conocer a Jesucristo que nos ha mostrado el camino y nos ha amado hasta el extremo? Es más: Jesús murió en la cruz por nuestros pecados y ha Resucitado, por eso está vivo para siempre y nos acompaña en el camino.
Ayudar a vivir estos acontecimientos es hacer que la vida se viva con sabor. Con el conocimiento de Cristo hacemos que hasta los momentos de dolor o de injusticia tengan un sentido redentor porque están unidos al poder salvador de la cruz.
Pero la Iglesia también tiene que ser la luz del mundo. Si nos quedamos en una religión de ritos y tradiciones lo que hacemos es desvirtuar el verdadero mensaje del Evangelio. Es necesario el compromiso verdadero, activo, por un mundo mejor. La Iglesia se tiene que distinguir por su lucha contra la injusticia y su esfuerzo constante por un mundo mejor. Esta luz tiene que brillar en el mundo por la práctica de la Caridad. Si te das cuenta, esto es lo que hace creíble a la Iglesia de hoy.
Tu vida como creyente se tiene que notar en tu compromiso con los pobres. Del mismo modo, tenemos que organizar nuestras parroquias y nuestros grupos cristianos pensando en este compromiso real con los pobres de nuestro mundo.
Podemos ayudar en las campañas de solidaridad que nos ofrecen a lo largo del año. Pero también es bueno que estemos atentos a la realidad que hay a nuestro alrededor: a las familias necesitadas, a los enfermos, a los ancianos, a los inmigrantes, a los que son víctimas de la droga y a todos los que se puedan encontrar en cualquier situación de sufrimiento. Así haremos que brille la luz en medio de nuestra ciudad. No olvidemos que siempre contamos con la ayuda del Espíritu Santo que en su momento nos hará conocer el camino a seguir.

Tus Palabras, Señor, me ponen cara a cara con mi propia mediocridad. Veo lo lejos que me encuentro de vivir el ideal que tú me propones. Tal vez he llegado a ser fiel a la vida de oración y hasta puedo haber logrado un cierto grado de perfección espiritual. Pero todavía estoy muy lejos de vivir el compromiso verdadero que tú me pides. Por eso, una vez más, me acojo a tu misericordia. Sabiendo que todo depende de ti, te ruego que me asistas para que pueda llevar las buenas obras a la práctica y así hacer que tu Nombre sea glorificado.

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