sábado, 12 de diciembre de 2015

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

Exhortaba al pueblo y anunciaba la Buena Noticia. (Lc 3,18)

Puesto que somos portadores de una Buena Noticia, lo normal será que la alegría esté siempre en nuestra vida. Está claro que no se trata de una alegría ruidosa y vacía sino de una alegría profunda que va más allá de los éxitos materiales. La alegría del Evangelio es la experiencia del cristiano que se sabe amado y perdonado.
Los profetas anunciaron la llegada del Mesías como una razón para la alegría. Dios no quiere castigar al pueblo por sus pecados porque es un padre lleno de ternura. Prefiere perdonar y ofrecer una nueva oportunidad. El mismo Dios se goza al ver a sus hijos queridos y desea para todos la felicidad. Estos anuncios nos recuerdan que tenemos que estar alegres porque nuestro Dios nunca se olvida de nosotros.
La alegría cristiana lleva unida la bondad. San Pablo nos anima a ser generosos y que todo el mundo pueda conocer esta mesura. Cuando somos capaces de dar y de servir a los demás experimentamos una alegría muy profunda porque eso significa que estamos llenos de Dios. Cuando oramos y nos ponemos en presencia de Dios, Él nos permite sentir su gran amor por nosotros, nos libera y nos hace vivir momentos muy intensos.
La cruz no desaparece de nuestras vidas pero la cercanía del Señor nos permite vivir siempre con paz y con alegría. Hasta para los momentos más oscuros hay siempre una razón para la alegría.
Cuando las gentes escucharon el anuncio del bautista sintieron deseos de gozar de esa alegría que él proclamaba y preguntaron qué había que hacer. San Juan no le puso exigencias muy difíciles: ser honrados, compartir las cosas y conformarse con la paga, con lo necesario. Ciertamente no les hizo promesas que regalaran sus oídos, sino que exhortaba a ser generosos y honrados.
Tal vez el encuentro con el niño recién nacido en un pesebre nos ayude a comprender bien el anuncio de esta alegría. Es la alegría de Dios que se despoja de todo para venir a estar entre nosotros. Sigamos preparándonos para la celebración de Navidad.

Señor Jesús. Con frecuencia me lamento porque las cosas no salen como yo esperaba, me inunda la tristeza por sentir el fracaso o la soledad. Tú me animas a la alegría y me presentas la vida de los pobres y los sencillos que saben ser felices en medio de muchas dificultades. Entre ellos está tú, que te alegras simplemente con que yo desee estar contigo.

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