sábado, 15 de septiembre de 2012

¿Quién decís que soy yo?


"Y vosotros, ¿quién decís que soy?".  (Mc 8,29)

            Esta pregunta de Jesús me la haga constantemente y hoy me ha tocado volver sobre ella. Estaba pensando que puedo decir muchas cosas sobre Él, conozco bastante bien los dogmas sobre su persona y creo que también he ido adquiriendo con el tiempo un conocimiento profundo sobre mi Señor y mi Salvador. Su Palabra ha sido y sigue siendo para mí una forma concreta de entrar en contacto personal  con Él y de tener un diálogo de amigos.
No es para mí un mero personaje del pasado, es una persona viva con la que me relaciono continuamente, no es un hombre extraordinario, es mi Dios y mi Señor a quien le he entregado mi vida. Pero ¿Qué digo yo de Jesucristo?
De pronto la pregunta me hace pensar que podría ser que con mi vida, con mi actitud no esté comunicando la verdad de su misterio.
Si de verdad creo que Jesús es mi Salvador tengo que transmitir alegría y optimismo, tengo que saber valorarme y aceptar mis defectos con la paciencia y el amor que Él tiene conmigo. Si soy escrupuloso, si vivo agobiado por mis culpas es que todavía no he comprendido que Él ha venido por amor, para salvarme.
Si sé que ha resucitado y está vivo no puedo andar preocupado por las cosas materiales, no tengo que tener miedo a la cruz, al contrario, tengo que estar dispuesto a cargar con ella para seguirlo.
Creo que si llego a vivir así mi relación con el Señor, este optimismo me hará mirar a los demás como Él los mira, me animará a desprenderme de todo para dedicarme en plenitud a construir su Reino, me libraré de mis rencores y sabré perdonar de corazón.
Así que, después de reflexionar sobre todas estas cosas tengo que llegar a la conclusión de que todavía me queda un largo camino que recorrer para poder decir de verdad como Pedro: Tú eres el Mesías.

Al conocerte y seguirte has ido transformando mi vida. Yo no soy más que un pobre pecador y tú me has purificado con tu perdón y has querido hacer de mí un mensajero de tu Palabra. Yo no soy más que un pobre hombre apegado al mundo y tú has puesto en mi corazón un amor tan grande capaz de negarse a sí mismo para dar la vida por los demás. Yo no soy más que un pobre cobarde, lleno de dudas y tú me has dado la fuerza necesaria para llevar la cruz detrás de ti y no aferrarme a esta vida. Así has puesto de manifiesto que este tesoro, en vasija de barro, es obra tuya y no cosa de hombres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario