sábado, 9 de junio de 2012

La Sangre de la Nueva Alianza


"Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza,
que será derramada por todos. (Mc 14,24)

Dios hizo una alianza con los Israelitas cuando salieron de Egipto. Ellos se comprometían a cumplir la ley para que Dios los protegiera y los salvara. Aquella alianza quedó sellada con la sangre de un animal sacrificado.
La ley se convirtió a menudo en la causa del pecado y de la condenación del pueblo. Por eso aquella alianza quedó anticuada y los profetas empezaron a anunciar una Alianza Nueva que grabaría la ley en el corazón de los hombres.
Está claro que la sangre de un animal no tiene por sí misma ningún valor. Pero aquel ritual estaba ya anunciando la llegada de Jesús como el verdadero cordero que quita el pecado del mundo.
Jesús hizo de toda su vida un sacrificio porque toda su vida fue una entrega total a Dios y al ser humano. La ofrenda de Jesús fue decir: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” y esa obediencia lo llevó a culminar su obra derramando su sangre en la cruz.
La antigua alianza se volvió en contra del pueblo porque no la cumplían y quedaban condenados por el pecado. Pero en la Alianza Nueva Jesús lo ha puesto todo para nuestro favor. Él ha puesto el amor, la obediencia, la entrega, el sacrificio, el perdón y la santidad. Nosotros lo único que podemos hacer es dejarnos amar por él.
En la Eucaristía nos ofrece su Cuerpo y su Sangre que nos fortalecen y ponen en nosotros el amor que nos permite cumplir su voluntad.
Que la participación de este sacrificio nos renueve para que nos dispongamos a vivir eucarísticamente como Jesucristo, entregando también nuestro cuerpo y nuestra sangre, es decir, toda nuestra vida para el bien de los demás.
Lo mismo que vamos a contemplar a Cristo vivo y presente en el pan consagrado y lo aclamaremos con nuestros cantos, que seamos capaces de contemplarlo, también presente y vivo, en los pobres y en todos los que sufren, y lo sirvamos con la entrega y el sacrificio de nuestra Caridad. Así haremos realidad con nuestra vida lo que celebramos cada domingo en la misa.

Gracias, Señor Jesús, por haberte quedado tan cerca de nosotros en este sacramento. Que tu Cuerpo y tu Sangre pongan dentro de mí un amor capaz de transformar el mundo, de dar la vida por los demás y hacerme, como tú, buen pan para mis hermanos.

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