sábado, 15 de octubre de 2011

El César y Dios

Dad al césar lo que es del césar
y a Dios lo que es de Dios. (Mt 22,21)

El Evangelio nos muestra con frecuencia cómo Jesús aprovecha cualquier oportunidad para anunciar la Palabra. No importa que la pretensión de sus enemigos sea buscar un motivo para desprestigiarlo. Siempre hay una oportunidad para hacer que la gente ponga su mirada en Dios.
Los fariseos, que eran tan puritanos que deseaban ver condenados a todos los pecadores, se habían puesto de acuerdo con los partidarios de Herodes, que mató a Juan Bautista por denunciar su pecado de incesto. Está claro que eran grupos completamente distintos pero tenían algo en común: querían acabar con Jesús. Para unos porque les resultaba insoportable oír hablar del perdón de los pecados y de la misericordia de Dios con los pecadores; y para los otros porque era como una continuación del Bautista, que había insistido tanto en la necesidad de la conversión y el arrepentimiento de los pecados.
La pregunta debieron pensarla con detenimiento, posiblemente valoraron todas las posibilidades, había que encontrar una fórmula tan comprometedora que no le dejara ninguna posibilidad para escaparse.
Pero como siempre Jesús los sorprendió y los dejó sin aliento. Sin necesidad de tanto rebuscar y darle vueltas para encontrar una respuesta adecuada supo salir airoso de esta trampa.
De paso, los fariseos y los herodianos habían dicho algo muy interesante. En su hipocresía reconocieron que Jesús es sincero, que lo que enseña es la verdad y que a él no podemos engañarlo con apariencias. Por eso su enseñanza tiene tanto valor para nosotros.

Más importante que el impuesto al César es lo que tenemos que pagarle a Dios, que no es un asunto material sino la entrega de toda la vida.
A las autoridades civiles les debemos respeto y tenemos que cumplir las leyes para que la convivencia sea posible. Pero para nosotros lo más importante es devolverle a Dios todo lo que le corresponde.
Si Dios nos ha enviado a su propio Hijo, si Jesús ha entregado la vida y ha derramado su sangre por nosotros, no tendremos bastante con una vida para agradecerle todo este sacrificio.
Así que, conscientes de una deuda tan grande con Dios, dejemos que su Palabra nos toque el corazón, sintamos su llamada a entregar la vida por su Reino y respondamos con generosidad y con agradecimiento.

Yo podría haber estado perdido y sin rumbo pero tú has venido y me has tomado de la mano para que encuentre el camino. Me has levantado el ánimo con el mensaje del amor de Dios y con la entrega de tu amor, (todo esto has pensado que valgo para ti). Me has librado de todo temor con la esperanza de tu compañía y tu apoyo en todo lo que hago y todavía me prometes un futuro de felicidad contigo para toda la eternidad. Tú eres mi único Señor y ya no deseo más que seguirte y obedecerte.

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