En verdad os digo
que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última
letra o tilde de la ley.
El que se salte uno
solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será
el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe
será grande en el reino de los cielos. (Mt 5,18-19)
La Palabra de Dios nos enseña una sabiduría
extraordinaria. San Pablo dice que es una sabiduría divina; por eso mismo no se
puede alcanzar sólo con razonamientos humanos, ni siquiera la obtienen los más
inteligentes. Pero nosotros podemos acceder a esta sabiduría porque nos ha sido
revelada, porque hemos conocido a Jesucristo, que es la Sabiduría, y porque él
nos envía el Espíritu Santo que nos va preparando para que comprendamos este
mensaje misterioso.
Para los judíos la sabiduría consistía en el
cumplimiento de la ley. Ellos mismos descubrían en las palabras de la ley la
sabiduría de Dios y sentían que las demás naciones se admiraban de ellos por
tener a Dios tan cercano y disponer de una ley tan sabia. Cumplir o no la ley
es elegir entre la vida y la muerte.
La ley, con el paso del tiempo, llegó a
convertirse en una esclavitud. Porque se quedó sólo en normas y ritos y se
perdió su verdadero sentido: la voluntad de Dios. Por eso Jesús, en el sermón
de la montaña nos anima a cumplir la ley pero en su auténtico sentido,
llevándola a la plenitud.
Cuando comenzó el sermón de la montaña
proclamó las Bienaventuranzas y nos propuso la meta que hemos de tratar de
alcanzar. Ésta es la sabiduría divina, que no se logra sólo con inteligencia. Es
la sabiduría que nos desconcierta porque rompe con el estilo propio del mundo
material, con los deseos humanos. Pero nos lleva, sin lugar a dudas, a las
cimas más elevadas.
Después nos recordó que somos la sal de la
tierra y la luz del mundo y que tenemos que alumbrar y dar sabor.
Por lo tanto no podemos conformarnos con el
mero cumplimiento de normas sino que debemos buscar el verdadero sentido de las
mismas. No nos conformamos con el mínimo de no hacer daño: no matar, no cometer
adulterio o no jurar; sino que caminamos al máximo, a la plenitud, que es amar
y dar la vida, respetar al otro hasta en el pensamiento y ser leales a la
verdad en todo momento. Por eso no nos queremos permitir ni el más mínimo
pecado: ni un pequeño insulto, ni un deseo impuro, ni un simple juramento.
Más adelante el Señor nos resumirá la ley en
el amor a Dios y al prójimo y en la última cena nos propondrá el mandamiento
nuevo: amaos unos a otros como yo os he amado. Ésta es la plenitud de la ley,
esta es la sabiduría divina. Nunca la habremos alcanzado del todo pero
caminemos, junto al Señor, para llegar a la meta.
En el
camino junto a ti, Señor Jesucristo, voy descubriendo la verdadera sabiduría
que consiste en obedecer siempre a Dios, hasta en lo más difícil, en mantener siempre
viva la llama del amor y no perder nunca la fe en el ser humano. Contigo puedo
comprender el valor de la entrega y del perdón. Sólo tú me ayudas a vivir la
plenitud de la vida.
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