domingo, 16 de febrero de 2020

LA SABIDURÍA DIVINA


En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. (Mt 5,18-19)

La Palabra de Dios nos enseña una sabiduría extraordinaria. San Pablo dice que es una sabiduría divina; por eso mismo no se puede alcanzar sólo con razonamientos humanos, ni siquiera la obtienen los más inteligentes. Pero nosotros podemos acceder a esta sabiduría porque nos ha sido revelada, porque hemos conocido a Jesucristo, que es la Sabiduría, y porque él nos envía el Espíritu Santo que nos va preparando para que comprendamos este mensaje misterioso.
Para los judíos la sabiduría consistía en el cumplimiento de la ley. Ellos mismos descubrían en las palabras de la ley la sabiduría de Dios y sentían que las demás naciones se admiraban de ellos por tener a Dios tan cercano y disponer de una ley tan sabia. Cumplir o no la ley es elegir entre la vida y la muerte.
La ley, con el paso del tiempo, llegó a convertirse en una esclavitud. Porque se quedó sólo en normas y ritos y se perdió su verdadero sentido: la voluntad de Dios. Por eso Jesús, en el sermón de la montaña nos anima a cumplir la ley pero en su auténtico sentido, llevándola a la plenitud.
Cuando comenzó el sermón de la montaña proclamó las Bienaventuranzas y nos propuso la meta que hemos de tratar de alcanzar. Ésta es la sabiduría divina, que no se logra sólo con inteligencia. Es la sabiduría que nos desconcierta porque rompe con el estilo propio del mundo material, con los deseos humanos. Pero nos lleva, sin lugar a dudas, a las cimas más elevadas.
Después nos recordó que somos la sal de la tierra y la luz del mundo y que tenemos que alumbrar y dar sabor.
Por lo tanto no podemos conformarnos con el mero cumplimiento de normas sino que debemos buscar el verdadero sentido de las mismas. No nos conformamos con el mínimo de no hacer daño: no matar, no cometer adulterio o no jurar; sino que caminamos al máximo, a la plenitud, que es amar y dar la vida, respetar al otro hasta en el pensamiento y ser leales a la verdad en todo momento. Por eso no nos queremos permitir ni el más mínimo pecado: ni un pequeño insulto, ni un deseo impuro, ni un simple juramento.
Más adelante el Señor nos resumirá la ley en el amor a Dios y al prójimo y en la última cena nos propondrá el mandamiento nuevo: amaos unos a otros como yo os he amado. Ésta es la plenitud de la ley, esta es la sabiduría divina. Nunca la habremos alcanzado del todo pero caminemos, junto al Señor, para llegar a la meta.

En el camino junto a ti, Señor Jesucristo, voy descubriendo la verdadera sabiduría que consiste en obedecer siempre a Dios, hasta en lo más difícil, en mantener siempre viva la llama del amor y no perder nunca la fe en el ser humano. Contigo puedo comprender el valor de la entrega y del perdón. Sólo tú me ayudas a vivir la plenitud de la vida.

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