sábado, 15 de junio de 2013

La mujer pecadora

Sus muchos pecados están perdonados
Porque tiene mucho amor. (Lc 7, 47)

La mirada de Jesús es como la mirada de una madre que siempre sabe descubrir en sus hijos todo lo bueno. Tal vez nosotros nos fijamos en los fallos y en los pecados de los demás para juzgar pero él no. Él quiere devolver la paz y la dignidad a todas las personas y, por eso, está cerca de los más humillados y despreciados.
Me llena de paz saber que el Señor se fija siempre en todo lo bueno que hay en mí. Cuando estoy en su presencia, él me va mostrando todas las posibilidades que tengo de hacer el bien y me va animando a ser testigo de su amor. Yo llego muchas veces ante él con el peso de mis pecados, a veces casi con miedo por sentirme indigno de su amor. Él conoce mejor que yo todos mis límites, y ante él de nada me sirven mis justificaciones absurdas. Pero Jesús me tiende siempre su mano, me consuela porque sólo quiere ver lo bueno que hay en mí.
Todo esto no me hace sentir soberbia, yo sé bien que todo es gracia. Sé que tengo que convertirme y ser más generoso, más austero, más agradecido. Siempre puedo amar más y dar más, y orar más o desprenderme más. Pero Jesús ya valora mucho todo lo que he llegado a hacer por seguir su llamada.
Ahora bien, este don que recibo al estar en presencia del Señor es como una llamada a mirar así también a mis hermanos. En lugar de fijarme en sus defectos, mucho mejor será que descubra todas sus posibilidades. Es sorprendente cuántas cosas buenas encontramos en cada persona. Creo que muchas veces, cuando la gente se siente valorada, le estamos ayudando a superar también sus defectos. Tengo que acercarme sobre todo al más humillado o despreciado, al que no es capaz de valorarse a sí mismo, a quien cree que ya no tiene salida. Para todos hay una palabra de perdón y una invitación a emprender una vida nueva. El Señor podrá comunicar su paz y su bendición a quien más lo necesita.


Has puesto en mi vida a muchas personas a las que amar y valorar y también has puesto dentro de mí un amor que parece inagotable. Es la mejor forma de conocerte y de estar unido a ti. Tú me has hecho solidario de todos y por ellos te pido cada día en mi oración.

viernes, 7 de junio de 2013

La alegría del cielo

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.( Lc 15,7)

Es importante que leamos el Evangelio siempre como si fuera la primera vez, así nos podremos dar cuenta de cómo nos desconcierta este mensaje. Pensemos bien en el sentido de la parábola de la oveja perdida y veremos cómo rompe todos nuestros esquemas: No es lógico que un pastor deje a noventa y nueve ovejas en el campo para buscar a una que se ha perdido, no cabe tampoco en nuestra forma de pensar que alguien se alegre por un malo que se arrepiente y no se alegre de tener a noventa y nueve personas buenas. ¿Cómo es posible que Dios, en cambio, actúe así? Sin lugar a dudas, esta parábola está dando la vuelta por completo a nuestra forma de pensar.
Para nosotros lo justo es que cada uno se lleve lo que se merece. El bueno se merece el premio y el malo se merece el castigo. Pero la justicia de Dios va por un camino diferente, porque Dios se mueve siempre por el amor. Es verdad que el malo se merece el castigo, pero el malo, el pecador, es también amado por Dios, por eso Él espera con paciencia que se arrepienta y cambie. Cuando esto sucede, la alegría es desbordante, tanto que supera a la alegría de tener a los buenos.
Si nos consideramos buenos nos podremos sentir profundamente defraudados. Porque Dios no se alegra por nosotros tanto como por los pecadores que se arrepienten.
Ahora bien, podríamos descubrir que también está el pecado en nosotros. Que también tenemos que arrepentirnos por no haber amado lo suficiente, por no habernos desprendido lo suficiente, porque siempre podemos dar más, y trabajar más por el Reino. Así también Dios se llenará de alegría por nuestra conversión.
Todavía podríamos ir más lejos, creo yo. Podríamos unirnos tanto a Dios, podríamos estar tan identificados con nuestro Maestro, que también amáramos a todos como Él. Entonces llegaríamos a participar con Dios de su alegría desbordante por cada pecador que se convierta. La inmensa alegría de haber recuperado a un hermano que estaba perdido.


Señor Jesús, a medida que voy conociendo la grandeza de tu Corazón, siento que tengo que transformar todo mi ser. Tú me has invitado a ser un odre nuevo para poder contener el vino nuevo del Evangelio. Tu amor es tan sublime que en toda mi vida no habré llegado a conocer más que una chispa de ese fuego abrasador. Yo soy como el barro en manos del alfarero. Modela tú mi pobre ser para que pueda responder a tus dones.