Cuando llegó el
tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo
llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en
la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para
entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos
pichones. (Lc 2,22)
Podría ser un día como otro cualquiera. Una familia
llevaba a su hijo primogénito al templo para consagrarlo al Señor según mandaba
la ley. Podría ser una familia de tantas. Tal vez para la inmensa mayoría de la
gente que había por allí aquello no tenía nada de especial. Así es nuestro
Señor, discreto y humilde, a la vez que grande y glorioso.
El Espíritu Santo también quiere iluminar a
los creyentes y revela el misterio de Jesús a los que esperan la salvación. Simeón
había recibido una revelación del Espíritu Santo y el mismo Espíritu lo llevó
al templo para que se encontrara con el Mesías y lo tuviera entre sus brazos y
bendijera a Dios. Ana también, como era profetisa descubrió que el niño que
entraba en el templo era el que libraría al pueblo de la esclavitud. Podría haber
sido un día cualquiera y para mucha gente así quedó, pero fue un día muy
especial, fue el día en que el Señor entró en su santuario y consagró no sólo
aquel lugar sino al mundo entero.
Simeón, con el niño en sus brazos anunció a
su madre que una espada traspasaría su alma. Este niño viene a ser el Salvador,
pero para rescatarnos de la esclavitud de la muerte ha de pasar por la prueba
del dolor; tendrá que experimentar la misma muerte y así se convertirá en un
sacerdote compasivo que puede compadecerse de sus hermanos, que nos comprende
porque ha sido probado en todo como nosotros.
A través de lo cotidiano, de lo sencillo, el
Señor nos muestra su gloria y su grandeza. Hoy también entra en nuestro mundo
para consagrarnos a él, el mundo entero es su santuario y podemos descubrir su
presencia en nuestras cosas cotidianas. Hoy es un día como otro cualquiera pero
con la presencia de Jesús se convierte en un día santo. Hoy el Espíritu Santo
nos mueve a salir al encuentro del Señor que entra en nuestras vidas y podemos
también tomarlo en nuestros brazos y bendecirlo porque nos ha permitido
contemplar su salvación.
Gracias,
Señor, por haber entrado en mi vida y haberme permitido conocerte. Gracias,
Señor, porque has venido a buscarme cuando tanto te necesitaba y me has
consagrado para que todo mi ser se ponga a tu servicio. Tú me has traído la luz
y la paz.
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