sábado, 24 de agosto de 2019

LA PUERTA ESTRECHA


Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. (Lc 13,28)

El Señor nos pone ante una situación terrible. Que después de nuestra muerte nos viéramos privados del Reino de Dios, que veamos cómo todos los santos son allí felices pero nosotros no podemos entrar, que incluso veamos que allí hay lugar para gentes de diferentes lugares y razas, porque Dios es padre de todos y su Reino es para todos. ¡Qué triste situación!
¿Es que el Señor quiere meternos miedo para que obedezcamos sus mandatos? Yo pienso que no, porque su mensaje no ha sido nunca de miedo sino todo lo contrario: él nos ha hablado siempre del amor y de la misericordia de Dios Padre. 
Pero, claro, esto no se puede convertir en una excusa para despreocuparnos de todo y no hacer nada. Descubrir que Dios es Padre y que Dios es misericordioso nos tiene que mover a vivir como hermanos de todos y a ser también misericordiosos. Es decir, que en lugar de dejarnos tranquilos e inactivos, la Buena Noticia nos empuja a salir de nosotros mismos, de nuestras comodidades y de nuestra desidia para ponernos manos a la obra. Jesús habla de esforzarse en entrar por la puerta estrecha.
Si vamos recordando todo lo que hemos escuchado en estos domingos, podríamos explicar en qué consiste la puerta estrecha.
Una enseñanza fue la oración que confía en la bondad de Dios Padre.
Otra la vanidad de las riquezas y la llamada a ser ricos ante Dios.
Nos dijo: Vended los bienes y dad limosnas, para tener bolsas que no se rompen.
Por último, estar dispuestos a afrontar la persecución, a llevar la cruz.
Escuchar a Jesús no puede quedarse en una simple admiración, en pensar que es muy bonito lo que nos dice. Sus palabras nos están llamando a la acción, a llevar una vida diferente que pueda cambiar las cosas. Por eso no basta decir que lo hemos escuchado, porque él dirá que no nos conoce de nada y nos arrojará fuera. Además de escucharlo hay que hacer el esfuerzo de llevar a la práctica sus palabras.
Es verdad que lo que nos pide es muy difícil. Por eso hay que estar caminando toda la vida y corriendo hacia la meta.

¡Cómo deseo estar contigo y sentir fuertemente tu amor y tu compasión! Espero llegar, después de esta vida a tu Reino y tú me dices que entre por la puerta estrecha. Yo quiero seguirte y hacer lo que me pides. Pero soy débil y necesito tu ayuda. El mundo, con sus ofertas me seduce y pierdo el rumbo con frecuencia. Corrígeme, aunque me duela, para que no me aparte de ti.

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