He
venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con
un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
(Lc 12,49-50)
El mensaje de Jesús no son sólo
palabras, es fuego que prende y se extiende por todas partes.
Es el fuego de la fe que
despierta la esperanza en los corazones, porque cuando se tiene fe todo es
posible: Mirar a Dios como Padre, descubrir a Jesucristo como salvador es un
fuego que enciende dentro de nosotros una nueva alegría y nos da ilusión para
vivir y para trabajar por transformar este mundo.
Es el fuego de la oración
que nos permite entrar en el mismo cielo y sentir la presencia viva de Jesús
que está siempre atento a nuestros problemas, que nos escucha y que también nos
habla y nos consuela y nos muestra el camino a seguir.
Es el fuego de la Caridad
que nos empuja a amar a nuestros hermanos y a hacernos solidarios de los pobres
y nos abre caminos para construir la fraternidad y hacer de este mundo una gran
familia.
Viendo este fuego, cómo
desearía yo también ver que la tierra está ardiendo.
Pero para prender este
fuego ha sido necesario pasar por un bautismo, es decir, por la cruz. Jesús no
nos engaña. El proyecto de su Reino es apasionante y hay que decidirse por él,
pero también es difícil y se encuentra siempre con la resistencia de los que no
quieren que las cosas cambien. Pero la dificultad, la calumnia o la persecución
se convierten también en una oportunidad para el testimonio del perdón; como
siempre la cruz se transforma en fuerza de vida y de salvación.
He tenido la oportunidad de
conocer a Elías, un sacerdote de Alepo y me ha impresionado su labor para
trabajar por la reconciliación de los habitantes de la ciudad que han visto sus
casas y su catedral destruidas. Me emocionó la actitud de fe en la celebración
de Navidad con la catedral en ruinas y su deseo de no avivar el rencor sino de
ser instrumentos de paz y convivencia.
Es el poder del Espíritu
Santo que actúa en la Iglesia y hace que hasta la destrucción y el odio den
paso a un testimonio fuerte y luminoso de fe en Jesús y de vida evangélica.
Que este fuego arda también
en nosotros por la fuerza de nuestra fe, por nuestra oración constante y confiada,
por nuestras celebraciones llenas de vida y por nuestra caridad activa y
nuestro compromiso con los pobres.
Señor
enciende en mí el fuego del evangelio y haz que se irradie por todas partes. Yo
estoy siempre muy alejado de ti, me domina el pecado, me dejo vencer por el
desánimo, no soy un modelo para los demás; pero tú estás conmigo y haces que mi
ministerio sea fecundo. Has cuidado de mí y me has ofrecido muchos medios para
mi formación y mi santificación. La mecha está prendida y con tu ayuda la iré
extendiendo por todas partes. Aquí estoy para hacer tu voluntad.
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