Tampoco yo te condeno; anda, y en
adelante no peques más. (Jn 8,11)
El apóstol Pablo, a pesar de su carácter
fuerte, era un místico y su fuerte experiencia espiritual lo convirtió en el
testigo que llegó a ser. El conocimiento de Jesús le había transformado la vida
por completo hasta el punto de entregarse por completo a darlo a conocer a
todos. Su experiencia espiritual lo llevó a compartir los padecimientos y morir
su muerte para alcanzar así la Resurrección.
Por eso, al acercarnos al Evangelio,
no debemos quedarnos sólo en un recuerdo emotivo de las cosas que hizo el Señor
durante su vida pública sino que hemos de meditarlo y contemplarlo como un
encuentro vivo, como una relación personal con Jesús que también nos quiere
transformar como a San Pablo. La meditación del Evangelio es una forma de
conocer a Jesucristo y descubrir que este conocimiento es lo único
verdaderamente valioso en la vida.
Jesús, que ha venido a revelar el
gran amor del Padre, se presenta en el Evangelio cercano a los pecadores y
misericordioso con todos. Él no condena, sino todo lo contrario, viene a
perdonar y a llamar a la conversión.
Al escuchar este episodio de la
adúltera hay que contemplar a Jesús para
conocerlo mejor. Vemos cómo no pierde la calma. Mientras los otros callan el
escribe algo sobre la arena y espera. Podemos imaginar que conoce el interior
de cada uno, tal vez ellos también lo saben y por eso, al final, deciden
marcharse. Podemos imaginar a aquella mujer completamente asustada recibiendo
de Jesús esas palabras llenas de misericordia, sintiéndose amada a pesar de su
pecado.
Después de esta contemplación yo me
miro a mí, delante de Jesús, también acusado por mis pecados y me siento amado
y perdonado. Este encuentro me transforma la vida, como a Pablo. Puedo decir
que es verdad que este conocimiento es lo único que vale, que todo lo demás es
una pérdida.
Así es cómo siento la necesidad de
anunciar a todos esta verdad. También me siento llamado a mirar a los demás con
misericordia, a tratar a todos con el
mismo amor y la misma bondad con la que a mí me ha tratado mi Señor.
Después de perdonar mis pecados me has invitado a no pecar más. Me has
devuelto la alegría y la ilusión por cambiar el mundo cambiando mi propia vida.
Ven en mi ayuda para que pueda ser testigo de tu presencia entregando mi vida
por amor.
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