Todo
aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser
discípulo mío. (Lc 14,33)
Jesús nos habla con tantas
exigencias que parecería que no quisiera tener discípulos. Es verdad que mucha
gente lo buscaba tal vez por curiosidad, porque veían cosas extraordinarias, es
posible que otros fueran con él porque querían curarse de sus enfermedades y yo
estoy seguro de que muchos lo seguían porque su mensaje es fascinante. Pero llega el momento de tomar decisiones
trascendentales y la propuesta es muy radical: renunciar a todo, incluso a lo
más querido como es la propia familia y además cargar con la cruz. Entonces es
cuando podemos ser discípulos.
Una propuesta tan radical requiere, sin duda, de nuestros cálculos. Hay que pensarlo bien.
Podemos decidir que no
queremos complicarnos mucho la vida, la verdad es que muchos han tomado ya esa
decisión. Pero podemos pensar que el mensaje del evangelio es el que transforma
el mundo, que vivir el amor y la fraternidad son sin duda ideales por los que
merece la pena arriesgarlo todo, podemos pensar que la persona de Jesús llena
nuestra vida de sentido y nos da energía para afrontar los problemas de la
vida; podemos descubrir que esta vida es un paso y que nos espera una eternidad
por la que vale la pena trabajar… podemos echar nuestros cálculos y llegar a la
conclusión de que es mejor ser discípulos de Jesucristo aunque haya que cargar
con la cruz y renunciar a todos los bienes. Y después de tomar nuestra
determinación vamos a ir dando pasos con su ayuda para despegarnos de todas las
cosas de este mundo y unirnos más fuertemente a él.
Señor
Jesucristo te amo y quiero seguirte, quiero ser tu discípulo pero mis apegos a
este mundo son muy fuertes todavía. Yo me uno cada vez más a ti, te busco en
todas las circunstancias, te hablo en la oración y te recibo en la eucaristía.
Tú me iras mostrando el camino cada día.
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