Como insistían en preguntarle él se incorporó y
dijo:
- «El
que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E
inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos,
al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y se
quedó Jesús solo con la mujer que seguía allí delante. (Jn 8,7-9)
En estos años hemos sido
testigos de muchos políticos que se ponían muy subidos cuando sus adversarios
habían cometido algún delito pero que después, habían caído por aquello mismo
que habían juzgado de los demás.
No digamos de la iglesia en el
tiempo actual. Los que durante tanto tiempo le habíamos dado lecciones de moral
al resto del mundo, ahora más bien debemos guardar silencio, viendo como
sacerdotes, obispos y cardenales están siendo juzgados y condenados.
Y es que el pecado es una
realidad que se ha metido en nuestras vidas muy de lleno y nos domina a todos.
Así que, antes de juzgar a los demás o de ponernos muy serios por las cosas
malas que vemos de los otros, mejor es que miremos a nuestro interior para
tratar de poner orden cada uno en nuestra propia vida.
Se dice popularmente que: de lo que veas la mitad y de lo que te digan
ná. Y es que, cuando nos ponemos a juzgar la vida del prójimo, incluso por
lo que hemos podido ver, nos faltan muchos datos para sabe la verdad o los
porqués de eso que hemos visto. Mejor, vamos a ver todo lo que podemos
transformar en nuestro propio corazón.
Esto no significa que nos dé
todo igual. No podemos estar conformes con la injusticia ni con la violencia,
claro que no; claro que no podemos tolerar la mentira o la manipulación. Pero
recordando siempre que no podemos ser jueces de la vida de los demás porque
primero tendremos que ser jueces de nosotros mismos.
Así es como podemos acercarnos
a Jesús, sentir en nuestra vida su misericordia, sus palabras de aliento que no
nos condenan sino que nos animan a no volver a pecar, pero no porque tengamos
que tener miedo de un terrible castigo, sino porque el pecado nos hace mucho
daño y también hace mucho daño a los demás. Esto es en realidad imposible de
conseguir; el pecado no dejará de estar en nuestra vida y constantemente
tendremos que buscar a Jesucristo para recibir su perdón y la fuerza de su
Espíritu para seguir caminando. Y esto es lo que podremos también ofrecer a los
demás: el conocimiento de Jesucristo que es quien lo llena todo, la experiencia
viva de su amor por nosotros. Así pues, en lugar de dar lecciones a nadie como
si fuéramos superiores, vamos a acercarnos a Jesucristo y a proponerlo a todo
aquel que quiera buscar una razón para la alegría y la confianza.
A
veces me lleno de nostalgia viajando a un pasado en el que creía que todo iba
mejor, pero tú me has animado a gozar del presente. ¡Cuántas cosas extraordinarias
estás realizando ante mis ojos! El pasado no es tan ideal como mi imaginación
quiere verlo, también había sufrimientos y contradicciones. Y tú me estás
regalando este momento de gracia, me estás permitiendo conocer grandes
amistades, vivir muy cerca de ti para dejarme transformar por tu Palabra, y
sentir el poder del Espíritu Santo que queda impregnado en los lugares donde
alguien vivió de verdad la radicalidad del Evangelio. Esta novedad que estás
haciendo en mí es también una fuerza de futuro que me permitirá retomar con
alegría y con entusiasmo tu llamada a construir tu Reino en medio de este
mundo.
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