sábado, 6 de abril de 2019

LA ADÚLTERA


Como  insistían en preguntarle él se incorporó y dijo:
- «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y se quedó Jesús solo con la mujer que seguía allí delante. (Jn 8,7-9)

En estos años hemos sido testigos de muchos políticos que se ponían muy subidos cuando sus adversarios habían cometido algún delito pero que después, habían caído por aquello mismo que habían juzgado de los demás.
No digamos de la iglesia en el tiempo actual. Los que durante tanto tiempo le habíamos dado lecciones de moral al resto del mundo, ahora más bien debemos guardar silencio, viendo como sacerdotes, obispos y cardenales están siendo juzgados y condenados.
Y es que el pecado es una realidad que se ha metido en nuestras vidas muy de lleno y nos domina a todos. Así que, antes de juzgar a los demás o de ponernos muy serios por las cosas malas que vemos de los otros, mejor es que miremos a nuestro interior para tratar de poner orden cada uno en nuestra propia vida.
Se dice popularmente que: de lo que veas la mitad y de lo que te digan ná. Y es que, cuando nos ponemos a juzgar la vida del prójimo, incluso por lo que hemos podido ver, nos faltan muchos datos para sabe la verdad o los porqués de eso que hemos visto. Mejor, vamos a ver todo lo que podemos transformar en nuestro propio corazón.
Esto no significa que nos dé todo igual. No podemos estar conformes con la injusticia ni con la violencia, claro que no; claro que no podemos tolerar la mentira o la manipulación. Pero recordando siempre que no podemos ser jueces de la vida de los demás porque primero tendremos que ser jueces de nosotros mismos.
Así es como podemos acercarnos a Jesús, sentir en nuestra vida su misericordia, sus palabras de aliento que no nos condenan sino que nos animan a no volver a pecar, pero no porque tengamos que tener miedo de un terrible castigo, sino porque el pecado nos hace mucho daño y también hace mucho daño a los demás. Esto es en realidad imposible de conseguir; el pecado no dejará de estar en nuestra vida y constantemente tendremos que buscar a Jesucristo para recibir su perdón y la fuerza de su Espíritu para seguir caminando. Y esto es lo que podremos también ofrecer a los demás: el conocimiento de Jesucristo que es quien lo llena todo, la experiencia viva de su amor por nosotros. Así pues, en lugar de dar lecciones a nadie como si fuéramos superiores, vamos a acercarnos a Jesucristo y a proponerlo a todo aquel que quiera buscar una razón para la alegría y la confianza.

A veces me lleno de nostalgia viajando a un pasado en el que creía que todo iba mejor, pero tú me has animado a gozar del presente. ¡Cuántas cosas extraordinarias estás realizando ante mis ojos! El pasado no es tan ideal como mi imaginación quiere verlo, también había sufrimientos y contradicciones. Y tú me estás regalando este momento de gracia, me estás permitiendo conocer grandes amistades, vivir muy cerca de ti para dejarme transformar por tu Palabra, y sentir el poder del Espíritu Santo que queda impregnado en los lugares donde alguien vivió de verdad la radicalidad del Evangelio. Esta novedad que estás haciendo en mí es también una fuerza de futuro que me permitirá retomar con alegría y con entusiasmo tu llamada a construir tu Reino en medio de este mundo.


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