Ellos
contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al
partir el pan. (Lc 24,35)
Tal vez el camino de los discípulos de Emaús se pueda
parecer mucho a nuestro camino espiritual. Por eso es tan interesante su
relato. Ellos estaban tristes, decepcionados por la muerte de Jesús. Sus expectativas
eran muy distintas, eran deseos materiales. Esperaban que fuera el futuro
liberador de Israel pero en un sentido político. Sin embargo, su Mesías había
muerto en una cruz y llevaba ya tres días enterrado.
Nos puede pasar a nosotros algo parecido. Muchas veces
nuestras expectativas son sólo asuntos humanos y materiales. Acudimos al Señor
esperando otras cosas muy distintas de lo que él nos quiere ofrecer. Por eso
cuando llega la cruz, cuando vienen las dificultades o los sufrimientos también
nos sentimos decepcionados.
El Señor apareció en su camino y los fue acompañando. Les explicó
las escrituras y les reprochó su falta de fe. Ellos no eran capaces de
reconocerlo, pero lo escucharon con entusiasmo.
También hoy el Señor camina con nosotros y es él quien nos
ayuda a comprender lo que dicen las Escrituras. La Palabra de Dios nos va
orientando y nos va haciendo ver las cosas con otro espíritu. Nos ayuda a
descubrir que los caminos de Dios son diferentes de los nuestros y que el
sufrimiento forma parte de nuestra vida, pero que todo ha sido transformado por
la Resurrección del Señor. Hay que abrir el corazón y la mente a una forma
diferente de entender la realidad.
Cuando celebramos la Eucaristía el Señor parte de nuevo su
pan con nosotros. Al contemplar a Jesús en el pan eucarístico también se pueden
abrir nuestros ojos para reconocerlo. Tal vez seguiremos con muchas inquietudes
y muchas dudas, pero sabemos que él está con nosotros y sentimos su presencia
que nos fortalece y nos anima a seguir adelante con esperanza.
Sería bueno que repasáramos nuestro propio camino para poder
compartirlo con los demás.
Quédate
con nosotros, que viene la noche y las dudas pueden ensombrecer nuestra
vida. Entra en nuestra casa y pártenos el pan para que se abran nuestros ojos y
podamos reconocerte y así, llenos de alegría, vayamos corriendo a contar a los
hermanos que tú estás vivo.
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