Jesús
dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo sino creyente.” (Jn 20,27)
Creo que
puedo escuchar hoy las palabras de Jesús echándome en cara mi incredulidad como
a Tomás. Por eso yo soy muy comprensivo con la actitud de Tomás, que me parece
que es muy habitual entre nosotros. Porque cuando vemos que las cosas van bien
es fácil alabar a Dios y darle gracias por todo lo que nos da. Pero otras
muchas veces todo se vuelve oscuro, no vemos salida y Dios nos sigue llamando a
la confianza en él.
Puedo entender
que Tomás estuviera lleno de dudas habiendo visto al maestro morir en la cruz
sin que Dios viniera a salvarlo. ¿Cómo es posible creer que alguien que ha
muerto ante todos y que ha sido sepultado puede estar vivo?
Yo miro mi
vida y también siento que estoy como muerto. Me doy cuenta de que ya no tengo
el ardor de otros tiempos, de que la vida me ha hecho más realista y, tal vez,
más pesimista. Llevo mucho tiempo viendo cómo mi trabajo pastoral resulta más
bien estéril y todos estamos siendo testigos del declive de la fe cristiana en
nuestra sociedad: baja la asistencia a misa, los niños abandonan en masa la
iglesia después de hacer la primera comunión, se cierran conventos, los
seminarios también van descendiendo… y en medio de esta oscuridad vital y espiritual,
el Señor me dice que confíe en Él y no sea incrédulo.
También la
vida social aparece poco esperanzadora. Estamos cada día oyendo hablar de
crisis, de aumento del desempleo, vemos cómo cada día somos más pobres, cada
vez más familias en situaciones de verdadera
necesidad… y el Señor sigue queriendo que seamos creyentes y que
confiemos en Él.
San Juan
estaba desterrado en la isla de Patmos, tenía muchos motivos para pensar que
estaba todo perdido. Otros apóstoles habían muerto de forma violenta por
anunciar el Evangelio y los cristianos estaban siendo perseguidos, condenados
al exterminio. Jesús se le apareció para darle ánimos: Él también estuvo muerto
pero ahora está vivo y es quien tiene las llaves de la muerte y del infierno.
En el libro
del Apocalipsis de San Juan se nos presenta la historia como una batalla
constante entre las fuerzas del bien y del mal, entre Dios y el diablo. Aparecen
muchas pruebas, muchos sufrimientos. Pero la victoria final es siempre de Dios,
del bien, de la vida.
Está claro
que Dios no nos va a librar de la cruz, tampoco libro a su Hijo. Pero, en medio
de la oscuridad de todas estas pruebas Jesús está con nosotros. Él ha vencido a
la muerte y está vivo para siempre. Vamos a abrirle nuestra puerta para que
pueda entrar en nuestra vida y nos transforme para siempre.
Yo también necesito ver para creer y tú me
insistes cada día en que debo confiar y esperar en ti. Sé que eres tú quien
conduce mi vida y que nada de lo que ocurre se queda fuera de tus planes. Ayúdame
a ver la luz para que pueda ser un signo de esperanza para los pobres que
buscan una palabra de consuelo.
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