Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito,
que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. (Jn 14,15)
El Evangelio nos presenta a Jesucristo para
que pongamos en él el centro de nuestra atención. El encuentro con su persona
transforma nuestra vida y nos hace capaces de cosas increíbles. Llegamos a ser
cristianos, como decía el papa Benedicto XVI por este encuentro y no por una
decisión personal.
Nos hace una propuesta muy sencilla y a la
vez muy profunda: guardar sus mandamientos, que no es otra cosa que amarlo y
amar a los demás; este amor lo llena todo y hace que la vida sea más bella, a
pesar de las dificultades y de los problemas. El amor que Jesucristo nos manda
nos permite realizar prodigios porque su presencia llena el mundo de alegría y
aleja el poder del demonio. La Escritura nos cuenta muchos episodios de
curaciones y exorcismos que hacía Jesús y también los discípulos porque su
presencia tiene un poder extraordinario, es la presencia divina, es el amor
divino.
Nos promete también enviarnos al Espíritu
Santo. El Espíritu Santo nos llena de esa energía extraordinaria que sana las
enfermedades y ahuyenta los demonios. Nos convierte en testigos de Jesucristo
resucitado y nos pone un amor tan grande que nos hace capaces de padecer y
morir por el Señor y de superar todas nuestras debilidades.
Espíritu
Santo, fuerza divina, lléname del amor de Cristo que me permita perdonar de
corazón y dar todo lo que tengo, que me haga obediente al Evangelio y
trabajador incansable por el Reino de Dios.
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