En aquel tiempo, Jesús, lleno del
Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue
llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. (Lc 4,1-2a)
Esta estancia de Jesús en el desierto me
presenta la lucha interior que hay dentro de cada uno y por tanto dentro de mí.
Es una lucha entre el espíritu de Dios y el espíritu del mundo, pero es mucho
más, es una batalla escatológica entre el demonio y Dios.
Ahora que hemos comenzado el tiempo de Cuaresma,
también nosotros somos invitados por la Iglesia para ir al desierto como Jesús
y llevar a cabo esta batalla contra las seducciones de este mundo y contra el
demonio que nos quiere poner también a prueba de muchas maneras.
La batalla que está dando el diablo en medio
del mundo creo que es visible con tantas cosas que están sucediendo, algunas
nos hacen ver la capacidad tan grande que tiene el mal llegando a verdaderos
horrores. Desgraciadamente hay muchas noticias tristes que no nos llegan porque
los informadores las consideran irrelevantes, pero hay muchos cristianos
perseguidos y asesinados de forma cruel por su fe. Hace poco conocimos la
muerte de un misionero español a manos de un grupo terrorista.
Y también esta batalla se está dando dentro
la misma iglesia: Me parece evidente que al demonio no le ha gustado nada
nuestro papa Francisco y se ha encargado de crearle enemigos muy fuertes en
muchos frentes. Yo creo que detrás está el que divide, el diablo, el maestro de
la confusión capaz de mezclar la verdad con la mentira para dejarnos más
desconcertados. Así también podemos ver su obra destructora en los delitos
abominables o también en la mediocridad en la que nos hemos instalado. Me
parece que lo estoy viendo frotándose las manos y divirtiéndose a costa de
la humillación y el descrédito de la
Iglesia.
El diablo no deja también de tentarme y
debilitarme a mí mismo. Tengo que acogerme mucho a la Palabra de Dios y a la fe
para no caer en sus redes. Me quiere hacer creer que no sirve para nada lo que
estoy haciendo, que soy indigno de anunciar a Cristo, que cualquier otro es más
creíble que yo… un largo etcétera. El demonio también se ceba conmigo, pero sé
que no es tan poderoso como pretende porque Jesucristo es el único Señor de
este mundo y no él; porque su sangre derramada en la cruz lo ha derrotado
y lo ha humillado por mucho que pretenda
ser altanero. No tiene nada que hacer en mi vida porque yo he confiado en mi
Señor Jesús y voy de su mano.
Es verdad que estoy lleno de pecados pero el
Señor me los ha borrado con su sangre. Es verdad que estoy lleno de debilidades
y que soy incompetente, pero Jesucristo me ha llenado del Espíritu Santo para
hacer de mí una nueva criatura y me ha otorgado poderes extraordinarios, como
hacer visible a Jesucristo en los sacramentos y poder comunicar la gracia de
Dios a través de ellos y ser instrumento de su amor con mi vida y mi amor a los
demás, me ha dado el poder de expulsar y debilitar al demonio con la fuerza del
Evangelio. Es verdad que yo no soy nada pero el Señor me ha elegido por eso,
porque no soy nada para que así quede en evidencia que él es todo y lo puede
todo.
Es verdad que no puedo convencer a nadie por
mi mediocridad y mi vida errada por el pecado; pero la Palabra de Dios que
proclamo es convincente porque es de Dios. Esta Palabra es la fuerza de Dios,
es Cristo mismo, es el poder del Espíritu Santo y por lo tanto es poderosa por
sí misma y la gente sabe acogerla y llevarla a la práctica.
Señor
Jesucristo, te contemplo en el desierto tentado por el demonio y quiero salir
contigo y enfrentarme a él junto a ti. El Espíritu Santo también está en mí y
me conduce ante ti durante este tiempo. Junto a ti dedicaré mi tiempo a la oración y a la penitencia. Quiero compartir contigo la lucha por el Reino, el anuncio de la Palabra
de Dios y vivir la fuerza poderosa del amor que lo limpia y lo transforma todo.
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