¿Acaso
puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el
discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como
su maestro.
En estos días ha habido una
cumbre sobre los abusos a menores en el Vaticano porque la Iglesia está atravesando una crisis muy grave por el
comportamiento indigno de muchos sacerdotes y obispos. Yo mismo puedo decir que
me siento muy avergonzado y muy dolido por todo esto. La impresión que me queda
es que la Iglesia ha perdido su credibilidad ante el mundo. Pero, como siempre,
cuando me detengo a pensar despacio sobre todo lo que ocurre y lo contrasto con
la Palabra de Dios voy descubriendo que todo contribuye siempre para algo
bueno. Intentaré explicarme.
Tal vez los católicos,
sobre todo los sacerdotes y obispos, habíamos llegado a creernos que éramos
maestros de la moral o de la vida recta y nos atrevíamos a dar lecciones al
resto del mundo desde una pretendida superioridad. Pero tan sólo éramos el ciego que pretende
guiar a otro ciego y, tenía que suceder, hemos caído en el hoyo, como dice
Jesús en el Evangelio.
El papa ha comparado varias
veces a la iglesia con un hospital de campaña, es decir, un lugar donde todos
estamos heridos, pero tenemos al médico que es Jesucristo, sólo él está sano y
limpio, los demás estamos todos heridos y necesitamos la medicina que él nos
proporciona. Es decir, que los sacerdotes y obispos, o las religiosas o los
católicos más comprometidos, todos estamos
también heridos por el pecado y también a nosotros nos afecta la ambición, la lujuria
y todo aquello que nos aleja del bien. No somos modelos.
Es el evangelio el que nos va renovando; los
sacramentos nos ofrecen el perdón y el alimento espiritual para ser fuertes
ante todas estas flaquezas humanas; la presencia de Jesucristo y su amistad,
nos animan a vivir la vida nueva y a tratar de superar todas nuestras bajezas; el Espíritu Santo entra en nosotros y nos mueve y nos puede llevar a realizar
cosas que no imaginábamos. Por eso, aunque estamos también heridos, no perdemos la
esperanza. Esto es lo que la Iglesia
puede ofrecer al mundo. Porque los cristianos no somos maestros, somos
discípulos de Jesucristo y no podemos pretender dar lecciones a nadie, porque
nuestros propios pecados nos dejan en evidencia; pero sí podemos anunciar a
Jesús y proponerlo a todos como Maestro que nos enseña, que ha dado ejemplo y nos puede
transformar en nuevas criaturas. Cuando terminemos el aprendizaje, o sea después de toda una vida, podremos llegar a ser cómo él.
En
ti, Señor Jesucristo he puesto mi confianza porque de ti me llegará la
Victoria. Junto a ti me espera la vida eterna y la felicidad de tu Reino. Tú
haces que mi esfuerzo no sea vano y tu vida me anima a darlo todo por ti y a no desanimarme por las dificultades.
Fortaléceme,
Señor, lléname de alegría, aparta de mí el miedo y el desánimo, porque dedicar
el tiempo al anuncio de tu Palabra es lo más maravilloso que un hombre puede
hacer en este mundo.
Muchas gracias Enrique por esta palabras tan llenas de Dios. Me viene a la mente la sígueme frase de Jesús que me dice :ponte detrás de mí y no quietas ser maestro sino discípulo. Un abrazo
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