En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a
Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras
oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De
repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo
con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. (Lc
9,28-31)
Nos
cuenta el Evangelio que Jesús invitó a tres discípulos a subir al monte para
orar con él. Me imagino que estos discípulos debieron sentirse muy afortunados.
Ellos veían que su maestro se retiraba a orar con mucha frecuencia; sabían que
algo muy especial sucedía en aquellas oraciones porque el maestro regresaba con
nuevas energías. En aquel monte los tres discípulos tuvieron el privilegio de
orar junto a Jesús, despejaron sus dudas y descubrieron el gran poder que tiene
la oración.
Cuando Jesús oraba su
rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. ¡Qué
momento tan impresionante vivieron aquellos discípulos! ¡Qué poder tan
increíble tiene la oración que puede llenar a Jesús de gloria! Lo que ha
sucedido es verdaderamente extraordinario.
La
oración de Jesús lo ha introducido en el cielo, en la morada de Dios, por eso
se ha podido mostrar ante los apóstoles con la gloria de su divinidad; además,
al estar en el cielo se encuentra con los santos, con Moisés y Elías, y se oye
la voz del mismo Dios que los cubre en forma de nube.
Este
momento de la transfiguración nos está contando lo que sucede en la oración,
así lo creo. Es verdad que nosotros no llegamos a vivir esos hechos tan
sobrecogedores, pero la oración realiza el mismo prodigio. Cuando hacemos
silencio en nuestro interior para buscar al Señor nos estamos introduciendo en
el cielo y nuestra persona se está llenando de gloria, porque Dios nos está
iluminando fuertemente y también es verdad que al entrar en el cielo vienen los
santos a acompañarnos y de un modo muy particular la Virgen María, que quiere
estar con nosotros cuando oramos y buscamos a su Hijo.
También
es verdad que Dios nos habla, por eso en la oración hay que hacer silencio para
dejar espacio a Dios que se nos quiere comunicar. El Padre nos señala al Hijo
para que lo sigamos y lo escuchemos. En la oración que hacemos los cristianos
nos estamos uniendo al Hijo amado de Dios. En él hemos puesto todas nuestras
energías, nos sentimos atraídos por él y llegamos a dejarlo todo para poder
contemplarlo.
Cuando
te retiras a orar en cualquier circunstancia está sucediendo todo esto aunque
no te des cuenta. Esto hace que la oración tenga siempre un enorme poder. Es
necesario poner mucha fe para experimentar toda esta gloria que nos trasciende.
Cuando
celebramos la Eucaristía estamos viviendo juntos este momento de la
transfiguración. Juntos estamos entrando en el cielo y estamos viendo cómo todo
se transforma. Con nuestros cantos y nuestras oraciones y también con nuestro
silencio hacemos posible que el cielo venga hasta nosotros y llegamos incluso a
contemplar al mismo Cristo en el pan Eucarístico y escuchamos la voz del Padre
que nos anima a escucharlo y a seguirlo.
Después
nos pasa como a los discípulos, que hay que volver a la vida de cada día. La
oración nos ha acercado al Señor y nos ha llenado de paz y de alegría pero hay
que volver a las tareas y hay que cargar con la cruz. La gloria de Jesús se
consumará en Jerusalén con su muerte en la cruz y de esto hablaba con Moisés y
Elías. Y la vida de cada día no deja de presentarnos dificultades y a veces
momentos muy duros y noches muy oscuras. Por eso, estos momentos, que nos han
permitido estar en el mismo cielo, nos llenan también de energía para
sobrepasar las dificultades y nos siguen animando a la fe y a la confianza en
el Señor Jesucristo, que no puede faltar a su palabra.
Tú has confiado en mí, a
pesar de conocer bien lo poco que soy. Te has empeñado conmigo y no te has
desanimado aunque soy duro y me resisto mucho a tus llamadas. Ahora siento que
yo no puedo hacer otra cosa que confiar en ti, porque Tú sí que eres digno de
confianza. Por ti tendré que dejarlo todo, tendré que llegar a olvidarme de mí
mismo y ponerme en camino. El camino será muchas veces incierto, me llegaré a
sentir perdido, pero seguiré confiando en que tú sabes bien a dónde me llevas
porque cuando te he conocido y he estado contigo y he escuchado tu voz, nada me
puede hacer dudar de cuánto me amas.
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