Este hijo mío había muerto y ha
vuelto a la vida,
se había perdido y ha sido
encontrado.
Y se pusieron todos a festejarlo. (Lc
15,24)
En esta
parábola podemos descubrir el amor de Dios por cada uno de nosotros y
podemos también asombrarnos y sentirnos sobrecogidos ante tanto amor. Confieso
que, cada vez que la leo y medito con ella, descubro algo nuevo que me hace
estremecerme.
Esta vez he
pensado en el desengaño de aquel joven cuando se encuentra lejos de su padre.
Él había creído que sería feliz malgastando sus bienes y viviendo como un
libertino. Pero llega el momento en que se encuentra con la cruda realidad.
Entonces es cuando piensa en su padre.
Me parece
que no es por arrepentimiento. La frase tan bien pensada es una forma de
justificar su vuelta a casa. Lo que le hace pensar en regresar es el hambre y
la situación lamentable en la que ha llegado a encontrarse.
Por otra
parte me imagino al padre conmovido al contemplar a su hijo en esas
condiciones. No es el momento de reprocharle nada, no es el momento de escuchar
justificaciones. Sólo desea abrazarlo, besarlo y darle todo el amor que le
tenía preparado durante mucho tiempo.
Al padre no
le interesan las explicaciones. Siente una alegría muy profunda y quiere
celebrar una fiesta para que todos compartan ese gozo con él. Ha encontrado a
su hijo perdido. Ha vuelto a la vida el que estaba muerto.
Si tú estás
muerto por tus pecados. Si has caído en un estado lamentable por haberte
apartado de Dios. Estás a tiempo. Regresa. Verás cómo te espera, cómo te
abraza, cómo te besa. No te pide explicaciones, tan sólo se alegra enormemente
de tenerte a su lado y grita con toda la creación el gozo de haberte
recuperado. Sí. La creación entera es el grito festivo de Dios.
Si, como el hermano mayor, has estado
siempre con él. No reproches nada. No juzgues a nadie. Goza de
saber que todo es tuyo. Disfruta del amor de este Padre bondadoso.
Participa tú también de la fiesta del perdón. Entra en ese abrazo de amor y
reconciliación y participa de los besos que el Padre está dando a lo hijos que
regresan. También es para ti ese derroche de amor.
Tanto amor me sobrepasa, Señor Jesús.
Cuando todavía yo no acabo de aceptar mis propios pecados vienes tú a
anunciarme que Dios lo olvida todo. Siento tu abrazo en el perdón y tu gran
Amor en el pan que se parte cada día en la Eucaristía. Te digo: No soy digno, pero tú interrumpes con tu
gozo mis palabras y comienzas la fiesta.