Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas. (Mt 22,40)
De nuevo, los fariseos intentan poner a prueba a Jesús, y de nuevo se llevan una fabulosa enseñanza. Le hacen una pregunta con trampa, tal vez piensan que Jesús no entiende bien los mandamientos porque se preocupa mucho de los pobres, de los enfermos y hasta de los pecadores. ¿Será que no sabe que el mandamiento principal es el amor a Dios?
Los judíos repetían constantemente que tenían que amar a Dios con todo su corazón. Jesús también conocía y practicaba este mandamiento. Nadie como Él amaba al Padre, y no dejaba de orar a pesar de la intensidad de su actividad.
Amar a nuestro Dios nos llena de vida y nos permite vivir la vida, con sus dificultades, sin perder la esperanza. Sabemos que todo lo tenemos con Él, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta, nos decía Santa Teresa.
Pero Jesús quiere también subrayar la forma concreta como se ama a Dios que es amando al prójimo como a uno mismo. La experiencia del amor de Dios nos hace corresponder a ese amor, amando al prójimo. San Juan nos dice que quien no ama a su prójimo a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Estos mandamientos son mucho más exigentes que los diez mandamientos del Sinaí, porque el que ama no se conforma con no hacer el mal, el amor busca el bien y es capaz de sacrificarse por el bien del ser amado.
Por eso, los mandamientos que Jesús nos plantea nos obligan mucho más que la ley de Moisés, porque no nos dejan tranquilos simplemente porque no hacemos el mal (no matamos ni robamos), sino que nos ponen una meta mucho más elevada: amar incluso a los enemigos. Sacrificarnos por los demás, sean quienes sean.
Esto es mucho más comprometido, es una meta tan alta que no la vamos a alcanzar en toda la vida y siempre tendremos que estar en camino. En definitiva se nos pide ser santos, como el Padre es Santo, como Cristo es Santo.
El mismo Señor está con nosotros y nos alimenta con su cuerpo, y nos da el Espíritu Santo. El Señor nos acompaña y hace, con la fuerza de su gracia, que sea posible andar este camino del amor.
Tus Palabras me enfrentan, una vez más a mi propia contradicción. Sé que quiero vivir como tú me pides pero veo que el pecado sigue en mí y que no hago todo el bien que desearía hacer. Te miro en la cruz dando tu vida por mí y descubro que no soy santo. Pero tú sigues tendiéndome tu mano, sigues confiando en mí y me permites continuar en este camino precioso que me lleva a tu Reino. Yo te alabo, Señor, te bendigo y quiero darte gracias en todo momento.