Regresando
del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las
que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la
de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les
parecían como desatinos y no les creían. (Lc 24,9-12)
El relato del evangelio
nos cuenta el camino de unas mujeres tristes y desanimadas. Ellas pensaban que
todo estaba perdido porque su maestro era un cadáver, lo habían visto morir y
llevaba tres días sepultado. Pero la voz de unos misteriosos hombres vestidos
de blanco lo cambió todo. Jesús ha resucitado, no hay que buscar entre los
muertos al que está vivo. Había que contar a los demás lo sucedido aunque no
las creyesen.
Creo que las mujeres no
tuvieron una respuesta clara a todas sus dudas pero pudieron recordar que Jesús
ya había anunciado que todo esto tendría que suceder. Su misión fue también un
aparente fracaso porque los discípulos consideraron que lo que decían era un
desatino. Fue necesario que cada uno de ellos tuviera su propio encuentro
personal con Jesús para que comprendieran que era verdad que está vivo y
resucitado.
En esta Pascua no se terminarán nuestras tinieblas. Posiblemente no se nos anunciará el final de la guerra (ojalá que sí), no terminarán nuestros problemas personales, no habremos solucionado los grandes sufrimientos de la humanidad. Pero una vez más sabemos que Cristo está vivo y que está con nosotros para siempre. Cada uno de nosotros podemos hacer la experiencia de encontrarnos con él. Dejemos que sus palabras nos recuerden que siempre estuvo cercano y animémonos a ser fieles a Dios como él lo fue aunque no entendamos todo lo que ocurre. Él no se bajó de la cruz sino que afrontó la muerte y de este modo, con su amor y su obediencia, destruyó el pecado.
Por el bautismo hemos sido
revestidos de Cristo, hemos pasado ya de la muerte a la vida. No volvamos a
caer en las obras de la muerte y de las tinieblas, renovemos nuestro compromiso
de vivir el evangelio que nos lleva a la resurrección y seamos una luz en medio
de las tinieblas. Una luz por nuestra alegría y nuestra confianza en Dios, por
nuestro amor y por nuestra entrega a los demás, por nuestra lucha contra el
pecado y nuestro empeño por vivir la vida nueva del Evangelio.
Bendito
seas, Señor Jesús, por haberte hecho uno de tantos y haber cargado sobre tus
hombros el peso de todos los pecados.
Bendito
seas por haber mantenido siempre tu confianza en el Padre que te envió y
mostrar a toda la humanidad para todos los siglos el poder del amor y del
perdón.
Bendito
seas por mostrarte glorioso y resucitado ante el mundo que te busca y te
necesita para seguir caminando.
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