Luego
dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» (Jn 20,27)
Luego
dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» (Jn 20,27)
Regresando
del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las
que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la
de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les
parecían como desatinos y no les creían. (Lc 24,9-12)
El relato del evangelio
nos cuenta el camino de unas mujeres tristes y desanimadas. Ellas pensaban que
todo estaba perdido porque su maestro era un cadáver, lo habían visto morir y
llevaba tres días sepultado. Pero la voz de unos misteriosos hombres vestidos
de blanco lo cambió todo. Jesús ha resucitado, no hay que buscar entre los
muertos al que está vivo. Había que contar a los demás lo sucedido aunque no
las creyesen.
Creo que las mujeres no
tuvieron una respuesta clara a todas sus dudas pero pudieron recordar que Jesús
ya había anunciado que todo esto tendría que suceder. Su misión fue también un
aparente fracaso porque los discípulos consideraron que lo que decían era un
desatino. Fue necesario que cada uno de ellos tuviera su propio encuentro
personal con Jesús para que comprendieran que era verdad que está vivo y
resucitado.
En esta Pascua no se terminarán nuestras tinieblas. Posiblemente no se nos anunciará el final de la guerra (ojalá que sí), no terminarán nuestros problemas personales, no habremos solucionado los grandes sufrimientos de la humanidad. Pero una vez más sabemos que Cristo está vivo y que está con nosotros para siempre. Cada uno de nosotros podemos hacer la experiencia de encontrarnos con él. Dejemos que sus palabras nos recuerden que siempre estuvo cercano y animémonos a ser fieles a Dios como él lo fue aunque no entendamos todo lo que ocurre. Él no se bajó de la cruz sino que afrontó la muerte y de este modo, con su amor y su obediencia, destruyó el pecado.
Por el bautismo hemos sido
revestidos de Cristo, hemos pasado ya de la muerte a la vida. No volvamos a
caer en las obras de la muerte y de las tinieblas, renovemos nuestro compromiso
de vivir el evangelio que nos lleva a la resurrección y seamos una luz en medio
de las tinieblas. Una luz por nuestra alegría y nuestra confianza en Dios, por
nuestro amor y por nuestra entrega a los demás, por nuestra lucha contra el
pecado y nuestro empeño por vivir la vida nueva del Evangelio.
Bendito
seas, Señor Jesús, por haberte hecho uno de tantos y haber cargado sobre tus
hombros el peso de todos los pecados.
Bendito
seas por haber mantenido siempre tu confianza en el Padre que te envió y
mostrar a toda la humanidad para todos los siglos el poder del amor y del
perdón.
Bendito
seas por mostrarte glorioso y resucitado ante el mundo que te busca y te
necesita para seguir caminando.
Quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: - «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: - «Ninguno, Señor». Jesús dijo: - «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». (Jn 8,10-11)
La gente acude ante Jesús
y él aprovecha la ocasión para enseñar. Sabe muy bien que la gente necesita
esta instrucción para que nadie los manipule. Su enseñanza tiene como objeto a
Dios, su amor y su misericordia, el perdón, el Reino de Dios…
Lo mismo que las palabras
se puede decir que las acciones de Jesús son una enseñanza viva. Las situaciones
que le van presentando se convierten para él en una oportunidad para instruir a
unos y otros.
Una situación que le
presentan sus enemigos con mala intención será al final una enseñanza
extraordinaria sobre su misión como Mesías y su mensaje de salvación.
Los fariseos entendían la
ley de forma cruel, porque no es una ley de vida sino de muerte, en cambio
Jesús sabe bien que el Padre quiere que comunique al mundo la misericordia y la
llamada a la conversión.
Sus palabras dejan en
evidencia que todos somos pecadores. Nadie, pues, está autorizado a condenar a
otra persona, por grave que sea su pecado. Aquellos que acusaban a la mujer
tenían posiblemente muchos motivos para callarse y marcharse. Todos estamos
heridos por el pecado, ésa es la realidad, y todos estamos necesitados de la
misericordia de Dios para sanar y poder emprender una nueva vida. La salvación
es gracia, es fruto del amor de Dios que quiere que todos se salven y no mira
nuestros pecados sino nuestro deseo de hacer su voluntad.
Jesús le dice a la mujer: Yo tampoco te condeno. Está claro que él
no ha venido a condenar sino a anunciar el perdón y la posibilidad de empezar
un camino de conversión. Con su gesto está haciendo visible la misericordia de
Dios con nosotros.
Después le dice: en adelante no peques más. Es como si le
hiciera ver que el pecado la ha dañado y la ha humillado. El pecado ofende a
Dios pero no porque le haga algo a él sino por el mal que nos hace a nosotros
mismos que somos sus hijos.
A punto de entrar en la
semana santa y casi a las puertas del triduo pascual no dejemos de aprovechar la
oportunidad que se nos brinda de confesar y recibir sacramentalmente el perdón
de los pecados.
Porque es una realidad que
somos pecadores y necesitamos el perdón. Experimentar la misericordia de Dios
nos hace sentirnos amados y consolados y nos anima emprender de nuevo el camino
de la santidad y del encuentro con Cristo con renovada ilusión. Él no nos
condena, nos perdona siempre, pero nos
anima a no pecar más porque el pecado nos daña y hemos de luchar contra él con
todas nuestras fuerzas.
Conocerte
a ti es el único objetivo de mi vida. Por eso me animas con tu bondad a dejar
atrás todo lo que me estorba para poder estar cada día más cerca de ti.