Y
Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Entonces
sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. (Lc 5, 10-11)
Dios ha elegido a tres
hombres indignos. Tal vez no me habría atrevido a llamarlos
indignos si no fuera porque ellos mismos los reconocen así.
Isaías sabe
que es indigno, es un pecador y se considera hombre de labios impuros en medio
de un pueblo de labios impuros.
San
Pablo dice claramente que él no es digno de llamarse apóstol,
se considera un aborto y reconoce abiertamente su pecado como enemigo de la
iglesia y perseguidor de los cristianos.
Luego tenemos a San Pedro que se queda deslumbrado ante
la santidad que ha descubierto en Jesús y se echa a sus pies diciendo que es un
pecador.
Pero estos tres hombres han
sido elegidos por Dios y se han convertido para nosotros en hombres santos,
incluso en ejemplos de santidad.
Los tres han recibido
también el consuelo por parte de Dios y de Jesucristo.
Isaías ha visto un ascua que
ha tocado su boca y ha purificado sus labios, es decir, Dios ha perdonado su
pecado y lo ha convertido en santo para que pueda ir a dónde él lo envíe.
Pablo sabe que Dios le ha
concedido su gracia. Lo experimentó claramente cuando fue bautizado por Ananías
después de haber tenido aquella visión en el camino de Damasco. Jesús quería
contar con él para que fuera el apóstol misionero que llevara la Palabra por
todo el mundo conocido.
Pedro escucha de boca de
Jesús la llamada: no temas, desde ahora serás pescador de hombres. Y a partir
de entonces su vida fue para Jesús.
Gracias a la respuesta de
estos tres hombres el pueblo pudo recibir la Palabra de Dios y escuchar las
promesas de salvación y el anuncio de la venida del Mesías. Gracias al
compromiso de estos tres hombres hoy nosotros podemos también reconocer a
Jesucristo como maestro y salvador y podemos buscarlo y recibir su enseñanza y
su gracia.
Aquí estoy yo, tan indigno
también, sabiendo todos mis fallos como persona en todos los sentidos. Sé que
soy pecador y no puedo ser un modelo de nada, sé que estoy condicionado también
por mi forma de ser, por mis fallos humanos porque también tengo mis torpezas, mi
falta de formación o mi poca capacidad para llevar a cabo esta misión, pero el
Señor quiere contar conmigo. Él perdona mis pecados y me da su Espíritu Santo
para que sea posible lo que parece imposible y se haga su voluntad. Cuando él
llama no valen las excusas, hay que dejarlo todo y ponerse a caminar con él. Gracias
a mi torpe respuesta el pueblo de Dios puede recibir el anuncio del evangelio,
el perdón de los pecados y sobre todo al mismo Cristo como alimento en la
Eucaristía.
Ya sabes, cuando sientas que
Dios te llama no te asustes por tu pequeñez o por tus pecados sino confía en él
y responde con generosidad. Y mucha gente recibirá el beneficio de tu
respuesta.
Yo
sé que eres tú quien lleva mi vida adelante y por eso no temo a pesar de los
contratiempos, en todo momento confío en ti y espero tu respuesta que llega
siempre en el momento adecuado.
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