«Se me ha dado pleno
poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» (Mt 28,18-20)
Nuestro mundo moderno nos ha permitido conocer
la grandeza del ser humano. Tenemos grandes avances en la tecnología que nos
dejan impresionados; pienso en esto de la informática y de internet que nos
permite casi tener el mundo en una mano. Algunas personas ante tanto poder
llegan a sentir que tocan el cielo, que se han convertido en dioses. Hoy hay en
nuestro mundo gentes tan poderosas que se sienten capaces hasta de decirnos
cómo tenemos que vivir, qué tenemos que comer o cómo debemos de divertirnos.
En medio de todo esto nos ha llegado un virus
que nos ha recordado que, en realidad somos muy débiles, muy vulnerables. Un bichito
casi invisible puede llegar a pararlo todo. Así es de débil el poder humano. Y es
que no hay más que un Dios por más que queramos ignorarlo.
Este Dios único no ha pretendido imponernos nada. Simplemente nos ama como un padre y quiere que seamos felices, por eso nos indica el camino para nuestro bien. Frente a las pretensiones de los grandes de nuestro mundo, el Dios verdadero ha preferido venir a nuestro encuentro y hacerse cercano, mostrarse como Padre misericordioso y ofrecer lo más querido, a su Hijo amado para que lo dé todo por amor. Jesucristo se ha hecho pequeño, se ha rebajado y nos ha dado su vida para que conozcamos la verdadera grandeza, que no es el poder sino el amor que lo entrega todo.
Para que podamos comprenderlo y seguir este
camino de vida nos ha enviado también el Espíritu Santo que sigue haciendo
posible la acción amorosa de Dios en medio de nosotros.
Yo quiero hoy mirar de nuevo al cielo para
descubrir al único Dios verdadero.
Me siento perdido, Señor Jesús, en medio de mi propia flaqueza. Te miro a ti y sé que puedo contar contigo. Tú me conoces y me dices que no tema. Lo has prometido y no puedes fallar a tu Palabra, estás conmigo todos los días, estás con tu iglesia siempre hasta el final del mundo. Gracias por tu presencia y por tu cercanía. Tú eres mi consuelo en la dificultad.