Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. (Mt 14,15-16)»
La escritura nos dice que los caminos de
Dios no son nuestros caminos. En cierta ocasión Jesús reprendió a Pedro porque
pensaba como los hombres y no como Dios. Por eso Dios siempre nos sorprende con
sus propuestas que suelen estar muy alejadas de nuestros pensamientos.
Es normal que seamos prácticos y que nos
preocupemos de los asuntos materiales. Necesitamos el alimento y la ropa para
vestirnos y un techo donde cobijarnos.
Aunque podemos confiar en Dios y esperar a
que él nos dé lo que necesitamos, sabemos que también tenemos que trabajar y
esforzarnos para conseguir nuestro
sustento. Lo que pasa es que muchas veces nos esforzamos y gastamos lo que
tenemos en necesidades falsas, que después nos dejan vacíos y no nos traen la
felicidad que esperábamos.
Está bien ser prácticos y preocuparse de lo
material pero Dios nos invita a tener una mirada más alta y a confiar en su
amor y en su poder.
Si nuestro corazón está puesto en las cosas
de este mundo, tarde o temprano lo habremos perdido todo. Pero si nuestro
corazón está puesto en el amor de Cristo, nada ni nadie nos lo podrá arrebatar.
Por eso meditando el Evangelio vemos a los
discípulos que piensan de forma práctica y deciden que hay que despedir a la
gente. Jesús, por el contrario piensa como Dios y sus pensamientos son más
elevados. Él no dice que hay que despedir a la gente sino que hay que darles de
comer, con lo que tienen.
Como Jesús tiene el poder de Dios puede dar
de comer a toda aquella gente con los cinco panes y dos peces que tenían sus
discípulos.
Si confiamos en el Señor de verdad y tenemos
fe en él, que lo puede todo, estaremos preparados para aportar lo que tenemos,
aunque sea poco, y veremos cómo en las manos del Señor se multiplica y alcanza
a todo el que lo necesita.
Tú siempre
me devuelves el ciento por uno. ¡Qué duro soy para no darme cuenta de que nada
se puede comparar contigo! Corrígeme para que no me desvíe de tus caminos y
dame la luz para que comprenda que tú eres mi única riqueza.
Muy cierto, padre, nos pasamos la vida esforzándonos por cosas que realmente no tienen valor para Dios. Que El nos ayude a valorar correctamente y a ver el mundo con sus ojos.
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