Ciertamente,
los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la
luz. Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando
os falte, os reciban en las moradas eternas. (Lc 16, 8-9)
A veces nos quejamos de lo
mal que van algunas cosas y nos rebelamos cuando se critica a la iglesia, en
muchos casos por asuntos que son verdad y son escandalosos y en otros casos por
cosas que no son ciertas o que están manipuladas. Pero hay que decir que
quejarse de esto no sirve para nada. Lo que tenemos que ver es qué podemos
hacer nosotros para ser más convincentes.
Si de verdad creemos que el
Evangelio es un mensaje que trae la luz y la salvación tendremos que ser
creativos para que llegue a todos y sea atractivo para todos. Yo pienso que no
se trata de enfrentarse con nadie, ni de refutar a los que dicen cosas en
contra sino de entusiasmarnos con la persona de Jesús y presentarlo a todos
como camino de salvación.
Los hijos de este mundo,
para las cosas de este mundo son muy sagaces: saben utilizar los medios, se
hacen notar y están dispuestos a arriesgar muchas cosas. A veces se trata de
conseguir poder o dinero y otras veces se trata de ideales que pretenden
alcanzar.
Frente a esto los hijos de
la luz, para alcanzar los objetivos del Reino de Dios, estamos llamados a ser
también astutos. Nuestro ideal de vivir todos como hermanos es muy superior a
todos los demás y tenemos como guía a Jesucristo que por él ha dado la vida y
ha llegado hasta el final.
Para esto hemos de estar
dispuestos a dedicar también nuestro tiempo, a arriesgar y a dar lo máximo.
Porque no se trata de quejarnos de lo mal que están haciendo otros las cosas
sino de hacer nosotros todo el bien posible y mostrar el rostro amable de Jesucristo
ante el mundo.
Jesús habla de ganar amigos
con el dinero injusto. Nos recuerda que somos receptores del don de Dios. Todo
lo que tenemos lo hemos recibido, somos administradores. Podemos administrarlo
todo de forma egoísta para buscar nuestro propio bienestar, pero algún día nos
faltará y nadie vendrá a ayudarnos; pero podemos administrarlo de forma
generosa poniéndolo al servicio del bien común, buscando no nuestro propio
interés sino la alegría de todos; entonces ganaremos amigos y, cuando nos falte,
tendremos quien venga a ayudarnos; sobre todo al final de esta vida, que
tendremos que dar cuenta de lo que hicimos con lo que se nos dio, nos recibirán
en las moradas eternas.
Al final, Jesús hace una
declaración muy radical: no se puede servir a Dios y al dinero. Servir a Dios
sabemos que es exigente y que puede incluso resultarnos muy duro. Ya nos
advirtió el Señor que tenemos que sentarnos a echar cuentas para ver si
podremos llegar hasta el final. Pero si hemos decidido que lo vamos a servir a
él, todas nuestras energías deben estar dirigidas a este servicio.
Yo
me he decidido a confiar en ti, Señor, y a aceptar todo lo que tú quieras de
mí. Por eso quiero servirte únicamente a ti. Sé muy bien que el espíritu es decidido
y la carne débil, por eso elevo hacia ti mi oración con las manos limpias para
que tú me escuches y me acompañes siempre.
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