Por
tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se
entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le
contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús
le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te
ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos,
otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte
con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.» (Jn 21,17-19)
Jesucristo había confiado en
Pedro sabiendo que lo iba a traicionar. Ya se lo anunció en la última cena y
también le dijo que había orado por él porque se tendría que recobrar y tendría
que animar a los demás discípulos.
No es pues de extrañar que, a
pesar de todo, a pesar de sus negaciones, Jesús le vuelva a confiar sus ovejas,
su Iglesia. Tal vez podría el Señor tener motivos para desconfiar de Pedro pero
él lo sabe todo, sabe lo que hay en el corazón de cada uno y sabe que Pedro,
aunque lo haya negado, lo ama de verdad. Y ya sabemos que Jesús no mira tanto
el pecado sino el amor de cada uno. Lo único que le interesa del pecado es
poder perdonarlo para dar una nueva oportunidad al pecador. Así que, en Pedro,
Jesús no mira el pecado sino el amor que tiene y confía en él para darle la
misión más importante.
Luego le habla de la muerte con
la que dará gloria a Dios. Porque la muerte será dura, será violenta, se
parecerá a la muerte de su Maestro. Y dará gloria a Dios, porque, como Jesús,
Pedro habrá sabido dar la vida y perdonar y esperar la resurrección sin miedo.
Termina invitándolo de nuevo a
seguirlo. Ser discípulo es un camino que dura toda la vida. Son inevitables los tropiezos, habrá pecados y
muchas caídas, pero el Señor siempre preguntará por el amor y estará una vez
más dispuesto a perdonar y a renovar su confianza.
Ya desde el primer momento la
Iglesia de Cristo no estuvo formada por hombres perfectos sino todo lo
contrario; Jesús puso toda su confianza en hombres mediocres y llenos de
defectos. Pero esto ha permitido que todos podamos ser llamados a formar parte
de esta comunidad santa.
Es verdad que caemos y a veces nos llevamos a muchos por delante con
nuestra caída. Pero Jesús es el que ha triunfado con la fuerza del amor, y no
va a dejar que nos hundamos. Jesucristo es el que ha muerto pero está vivo, el
cordero que ha sido degollado pero está de pie y recibe el honor y la gloria. Él
no ha derramado su sangre en vano sino que ha ofrecido así el sacrificio que
nos salva y nos permite levantarnos y volver a nuestro camino para seguir
avanzando. Lo único que importa es que lo amemos y estemos dispuestos a volver
a dar nuestra vida por él.
Yo
no puedo negar que soy también muy débil. Cómo desearía ser un modelo de
discípulo de Jesucristo y no soy más que un hombre débil y lleno de defectos.
En cambio, tú, Señor, confías en mí y me renuevas tu confianza. A todas mis excusas
les das siempre una respuesta, porque tú sabes todo lo que hay dentro de mí y conoces
cuánto te amo, a pesar de mis pecados y mis cobardías.
Además
no me dejas solo. Me has enviado al Espíritu Santo y sabes que con esta fuerza
puedo levantarme de todas mis caídas.
Y
si ha de llegar la cruz la viviré como un momento de gloria y como una
oportunidad para dar testimonio.
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