El ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» (Mc 10,46-47)
Un hombre está al borde del camino, su ceguera lo ha
postrado y tiene que vivir de limosnas, de la caridad de los demás. Pero de
pronto hay una esperanza de que todo puede cambiar, de que no tiene porque
pensar que el resto de su vida será estar en el borde del camino pidiendo
limosna. Esa esperanza está puesta en Jesús, que pasa por ahí. No puede dejarla
escapar y empieza a gritar hasta el punto de que los demás intenta callarlo,
pero ¡cómo va a callar!, no puede dejarse sujetar por los que intentan
impedirlo, grita más fuerte.
Llama a Jesús “Hijo de David”. Lo está reconociendo como
Mesías. No sólo es un curandero que hace cosas extraordinarias, es el esperado,
el enviado de Dios para salvarnos. Cuando lo llama da un salto y deja el manto
para ir con él; cuando recupera la vista y su vida ha cambiado toma una gran
decisión: a partir de ahora será un discípulo y acompañará a Jesús por el
camino.
La historia de Bartimeo me hace recordar a tantas
personas que conozco bien, que estaban al borde del camino y un día dijeron que
no; que su vida tenía que cambiar y que había muchas posibilidades para
llenarla de sentido. De estas personas he tenido siempre un testimonio de fe y
de confianza en el poder del Señor. Sus problemas los han llevado a la oración
y han puesto mucha fe en el que saben que los escucha y los salva. Es una
mirada que me recuerda una vez más que Jesucristo nos sigue sanando de nuestras
heridas y que nos permite empezar una nueva vida cada día; que los problemas no
deben ser un motivo para perder la fe sino todo lo contrario, son una razón
para gritarle fuerte que necesitamos su ayuda y que seguimos confiando en
Él, porque Él hará siempre posible que
nuestra vida cambie.
Señor
Jesucristo, tú eres mi Señor y mi salvador y a ti me acojo en todos los
momentos de mi vida. Sé que nunca me has dejado y que puedo confiar en ti. Mira
mi debilidad y mi pobreza y lléname con el poder de tu gracia. Sáname de todas
las heridas que me hacen débil y pobre y permite que vaya siempre contigo como
un discípulo.