He venido a prender fuego en el mundo y
ojalá estuviera ya ardiendo. (Lc 12,49)
El Señor nos ha comunicado un mensaje que no puede
dejarnos indiferentes. Si acogemos sus palabras algo empezará a arder dentro de
nosotros. Y el fuego se contagia y se va extendiendo por todas partes.
La experiencia de haber conocido a Jesús no puede pasar desapercibida, se tiene que notar. Los que nos llamamos cristianos tenemos que tener algo dentro de nosotros que sea como un fuego que se extiende y lo transforma todo.
La experiencia de haber conocido a Jesús no puede pasar desapercibida, se tiene que notar. Los que nos llamamos cristianos tenemos que tener algo dentro de nosotros que sea como un fuego que se extiende y lo transforma todo.
Pienso en nuestras celebraciones, de modo
particular en la Eucaristía. Ahí se tiene que notar ese fuego que arde por
dentro de nosotros. Se tiene que sentir la presencia del Señor y la alegría de
una comunidad que está viviendo ese encuentro con él. La celebración de la
Eucaristía con sus cantos, con sus momentos de silencio y oración y con esos
momentos cumbres de la consagración y la comunión tienen que prender fuego en
nosotros, de modo que salgamos de aquí con el corazón inquieto, deseoso de
buscar el bien y la verdad.
El fuego tiene que arder en nuestra oración, ese
encuentro de amistad con el Señor que nos permite sentirnos acompañados por él
y sostenidos por su amor. Un encuentro que nos hace ver las cosas con la mirada
de Dios.
El fuego tiene que prender en nosotros también por
la Caridad, por nuestro esfuerzo en vivir la fraternidad y por nuestro
compromiso activo por la justicia y por la paz.
Pienso también que este fuego que arde dentro de
nosotros se nota en la insatisfacción constante, porque descubrimos que todavía
no hemos hecho lo suficiente y deseamos seguir avanzando.
Si no está ardiendo este fuego dentro de nosotros tendremos que preguntarnos por qué.
Si no está ardiendo este fuego dentro de nosotros tendremos que preguntarnos por qué.
Envíanos,
Señor, tu Espíritu que haga arder en nosotros ese fuego de tu amor. Acompaña a
tus hijos para que se llenen de tu alegría y se pongan en camino para extender
por todas partes tu Evangelio.
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