Se acercó una viuda pobre y echó dos reales. (Mc 12, 42)
En el evangelio vemos con frecuencia cómo los
pobres se convierten en un ejemplo a seguir. Jesús no esconde su preferencia
por ellos, por eso se rodea de pecadores, de enfermos, de niños y de mujeres,
aunque la gente murmure y no lo entienda. Cuando proclamó las bienaventuranzas
comenzó diciendo solemnemente que son dichosos los pobres.
Una pobre viuda echó en el cepillo una pequeña
cantidad para ayudar a otros más pobres que ella. Fue una oportunidad que tuvo
el Señor para enseñarnos el verdadero valor de lo que damos. Porque Dios no se
queda en las apariencias, mira el corazón del hombre.
Aquella pobre mujer ofreció una pequeña cantidad
que tenía más valor que todos los grandes donativos de los ricos, porque ella
lo daba todo. En esa donación estaba demostrando el gran corazón que tenía. Lo ha
dado todo y no se ha reservado nada para ella porque su solidaridad con los
demás es total.
Esta donación indica también la gran fe que
aquella mujer tiene en Dios. Es la persona que confía de verdad en que Dios es
un padre que no la abandonará y que la ayudará a salir adelante pese a su
pobreza.
En nuestros días vemos que hay muchas personas
importantes que hacen cosas grandes para ayudar al prójimo. Sabemos de grandes
empresarios que han aportado sustanciosas donaciones para los pobres y
mantienen organizaciones solidarias. Está bien que la solidaridad esté de moda
y no vamos a juzgar mal a quienes están haciendo un bien. Pero nosotros tenemos
que sentirnos llamados a una donación más radical. No podemos conformarnos con
dar un donativo o con colaborar con una campaña solidaria. El ejemplo de la
pobre viuda nos está diciendo que tengamos una confianza muy grande en Dios.
Como siempre el Evangelio nos hace ponernos metas
imposibles. Yo siento que me está diciendo que lo dé todo sin miedo, que Dios
no me va a dejar nunca abandonado y que no tengo nada que temer. Pero luego,
tengo que reconocer que no soy capaz de dar el paso, tal vez estoy dispuesto a
dar algo de mi tiempo y a desprenderme de mis bienes pero darlo todo y
abandonarme en la providencia es todavía una meta muy lejana. Pero una meta
hacia la que merece la pena caminar.
Tú me lo
has dado todo cuando yo nada tendría que esperar. Has salido a mi encuentro
para ofrecerme la vida y has entregado tu vida por mí. Cuando no te quedaba
nada me ofreciste incluso a tu madre para que nunca me sienta solo por el
camino. Alentado por tu ejemplo y con la ayuda de tu gracia quiero seguir tus
pasos y darme por completo a tu causa.
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