Señor,
¿Cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?;
¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?¿cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: Os aseguro
que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos conmigo
lo hicisteis. (Mt 25,37-40)
En esta
parábola del juicio final aparecen los justos, que son los que han dedicado su
vida a hacer el bien. Lo que los ha distinguido no han sido sus palabras
bonitas o sus actos religiosos sino su amor desinteresado por los pobres.
Cuando ayudaban
a los demás no estaban pensando en otra cosa
que aliviar sus sufrimientos y alegrar sus vidas, ni siquiera lo hacían
para ganar el cielo. De su corazón lleno de amor y de misericordia salió como
fruto el bien hacia el prójimo. Ni siquiera pretendían agradar a Dios o
tranquilizar su conciencia. Querían sencillamente aliviar el sufrimiento de
alguien a quien amaban sin más.
Así entiendo
yo su sorpresa cuando el Rey de la Parábola les dice que lo estaban haciendo
con él. Sin saberlo, estaban socorriendo a Cristo en persona.
Hoy me vienen
a la mente las personas que se han arriesgado a socorrer a los enfermos de
ébola. A pesar del miedo que causa en la sociedad la posibilidad del contagio
de esta enfermedad sabemos que mucha gente han tenido más amor que miedo y han
considerado más importante el bien de los enfermos que su propia seguridad. Algunos
se han contagiado y otros no, pero creo que todos merecen mi reconocimiento, mi
admiración y mi respeto. Algún día también ellos oirán la voz del Señor que les
dirá: “lo estabais haciendo conmigo.”
Como estas
personas sabemos que hay por todo el mundo mucha gente que es capaz de
sacrificar su tiempo, su futuro o su vida entera por servir a los más pobres. Sabemos
que también están entre nosotros muchas personas que tienen un amor grande y
una generosidad digna de admiración.
Tenemos que
animarnos a seguir este ejemplo. Tenemos que dejar que el Evangelio renueve así
nuestras vidas para amar y dar la vida como Jesucristo la dio por nosotros. Así
escucharemos, al final de los tiempos,
la invitación a heredar el Reino preparado desde el principio.
Señor, te haces presente constantemente en
mi camino. Me pides ayuda, comprensión, paciencia. Vienes a mí y yo quiero
acogerte y mostrarte el amor que necesitas. Posiblemente muchas veces, sin
darme cuenta, te he asistido y otras he podido ser indiferente ante tus
problemas. Por eso me dirijo a ti para pedirte que me abras los ojos para descubrir
a mi hermano necesitado y que me ensanches el corazón para que esté siempre
dispuesto a darlo todo. Por las veces que he pasado de largo te pido perdón y
te ruego que me des la oportunidad de corregirme.
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